Cuatro días sin ver la televisión, ni oír la radio , ni abrir un periódico. Sólo paseos a la orilla del mar y hora y horas de charlas: en la playa, en la piscina, en el jardín por la noche...
No sabían a cuanto estaba la prima de riesgo, ni si ya se había producido el rescate. ni les importaba. El mar estaba de un azul precioso y el cielo aparecía a pequeñas rayas entre las hojas de las palmeras, mientras tumbadas en la toalla, los temas de conversación se enlazaban unos con otros, entre su amiga y ella.
Parece mentira, pensaba, pero las mujeres somos capaces de diseccionar el más pequeño detalle y convertirlo en objeto de interés. Desde el color de la pintura para un pasillo, hasta el vestido que se iba a poner en la próxima celebración, pasando por temas de trabajo, hijos y, como no, del futuro.
Aquellos que la conocían sabían que era una conversadora nata. Le encantaba hablar, y siempre decía que los mejores ratos los había pasado intercambiando opiniones. Por eso, este largo fin de semana había sido tan gratificante. Las palabras las envolvían como una niebla clarificadora, pues en cada una de ellas volcaban sentimientos desnudos de todo artificio, como solo se puede hacer cuando la confianza nace de una amistad sin condiciones.
Ya de vuelta en el coche a casa, curiosamente el silencio se adueñó de ellas dos. Sabían que el paréntesis se había acabado y que las esperaba otra vez la rutina, la toma de decisiones, la realidad cotidiana, que no mostraba esa vez su cara más agradable.
A pesar de todo, el sustento de estos cuatro días, su voluntad de disfrutar de la vida, había llenado de reservas su regreso. Dos mujeres, sus circunstancias y un solo objetivo: vivir.
Puso un cd de Pavarotti, cuya espléndida voz inundó el habitáculo del coche, cantando el "Nessum dorma", metió quinta, abarcó con su vista la autopista y, a pesar de todo o quizá por ello, se sintió afortunada.
Sed felices
No sabían a cuanto estaba la prima de riesgo, ni si ya se había producido el rescate. ni les importaba. El mar estaba de un azul precioso y el cielo aparecía a pequeñas rayas entre las hojas de las palmeras, mientras tumbadas en la toalla, los temas de conversación se enlazaban unos con otros, entre su amiga y ella.
Parece mentira, pensaba, pero las mujeres somos capaces de diseccionar el más pequeño detalle y convertirlo en objeto de interés. Desde el color de la pintura para un pasillo, hasta el vestido que se iba a poner en la próxima celebración, pasando por temas de trabajo, hijos y, como no, del futuro.
Aquellos que la conocían sabían que era una conversadora nata. Le encantaba hablar, y siempre decía que los mejores ratos los había pasado intercambiando opiniones. Por eso, este largo fin de semana había sido tan gratificante. Las palabras las envolvían como una niebla clarificadora, pues en cada una de ellas volcaban sentimientos desnudos de todo artificio, como solo se puede hacer cuando la confianza nace de una amistad sin condiciones.
Ya de vuelta en el coche a casa, curiosamente el silencio se adueñó de ellas dos. Sabían que el paréntesis se había acabado y que las esperaba otra vez la rutina, la toma de decisiones, la realidad cotidiana, que no mostraba esa vez su cara más agradable.
A pesar de todo, el sustento de estos cuatro días, su voluntad de disfrutar de la vida, había llenado de reservas su regreso. Dos mujeres, sus circunstancias y un solo objetivo: vivir.
Puso un cd de Pavarotti, cuya espléndida voz inundó el habitáculo del coche, cantando el "Nessum dorma", metió quinta, abarcó con su vista la autopista y, a pesar de todo o quizá por ello, se sintió afortunada.
Sed felices
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