sábado, 30 de enero de 2016

El cine y la vida misma: un relato para pantalla grande



El alcalde del pueblo empezaba a plantearse clausurar las sesiones de cine al aire libre en aquel verano.
Cada semana  se producía un seísmo cuando la furgoneta llegaba y bajaban el proyector y los grandes rollos de película. Todo se paralizaba. No importaba que hubiera una misa de difuntos, naciera un niño o un ternero. Los vecinos corrían al corral, llevando cada uno una silla para sentarse ante la sábana blanca que servía de pantalla.
Pero eso no era lo peor. Por lo que el primer edil estaba pensando seriamente terminar era por las secuelas que dejaban las sesiones cinematográficas, en las que se mezclaban películas ya veteranas con otras de mayor actualidad.
Al sábado siguiente de proyectarse Tiburón, hubo quien dijo haber visto una aleta asomándose en el agua del pantano, cuando en semejante acuífero solo se criaban carpas, grandes sí, pero en ningún momento confundibles con un escualo. Y, claro, ni dios bajo a bañarse ese fin de semana, con el consiguiente cabreo de Manolo, el del quiosco, que no vendió ni un botellín.
Ahí no acabó la cosa. Ramiro,  a quien la naturaleza le había dado una corta estatura, que ya le venía de antes, pues a su abuelo le llamaban “retaco”, amenazaba con meterle dos hostias a quien no le reconociera como una habitante de la Tierra Media. Eso sucedió justo después de haber visto una maratón del Señor de los anillos. Y todavía sigue empeñado en que es un hobbit.

Pero la gota que rebosó el vaso sucedió en la última sesión. Para los niños trajeron Babe, el cerdito valiente. Y, si alguno conoce de qué va la película, se pueden imaginar las consecuencias: el pueblo se ha llenado de cochinos paseados por sus dueños como si fueran perros. Los miman, cuidan y arrullan, que ya quisieran muchas mascotas ser tratadas con tanto mimo.
El alcalde se teme lo peor, y por eso quiere cortar por lo sano. Cuando llegue San Martín no va haber ni un jamón, ni un chorizo ni una pizca de embutido que llevarse a la boca.

sábado, 23 de enero de 2016

La rosa y las espinas

 Nunca he ocultado mi ideología. Ni siquiera en los tiempos en los que pertenecer al partido socialista obrero español ha estado señalado por una parte de la ciudadanía como estar incluida en una especie de secta de corruptos, apoyando a una casta de vampiros chupasangre y equiparándonos a la derecha más casposa. A pesar de ello me he mantenido fiel a mis principios aunque no ciega a la crítica, que también la he hecho cuando ha sido menester.

Por tanto, es comprensible que esté absolutamente estupefacta ante los sucesos que día a día se van viviendo desde el 20 de diciembre y que , no sé por qué razón, hacen recaer absolutamente toda la responsabilidad  sobre mi partido y candidato, humillado, ofendido, y subestimado constantemente  (y por extensión a todos los que le apoyamos), al tiempo que se le piden soluciones, en un círculo vicioso más propio del sillón del psicoanalista que de una situación política.

La gota que rebosó el vaso fue el día de ayer. Tanto las declaraciones de Pablo M. Iglesias como las de Mariano Rajoy son totalmente alucinantes, aunque en su delirio, ¡cómo no! pasan por el PSOE.

Si me permitís, queridos lectores, voy a ir por partes.

1- Propuesta de Podemos de un gobierno presidido por Pedro Sánchez con Pablo M. Iglesias de vicepresidente, "Yo soy Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como", proporcional al número de votos.
¿De qué estamos hablando? ¿Es el tercer partido en el Congreso, que además está con votos prestados de otras organizaciones,  el que tiene que proponer un gobierno, con reparto ya de los ministerios antes de que se celebre el debate del candidato mayoritario? Porque de nada me vale los mantras repetidos de "la ciudadanía no entendería", "lo más sensato", "lo más razonable", que nos dicen lo bien que maneja Iglesias la técnica de la "cortina de humo y el disco rayado" para ocultar su ambición.

¿Dónde están los Círculos a los que consultar esa decisión tan trascendente de formar parte de un gobierno, cuando se había asegurado que nunca se haría?¿Dónde está esa repulsión hacia la casta? Lo que siempre digo: prometer hasta meter, y una vez metido... Soberbio, prepotente y perdonavidas (el ofrecimiento a IU de un ministerio es ya la pera, después de haberlos humillado públicamente), más falso que un euro de madera. Esa fue la imagen que Iglesias proyectó ayer. Gobernar, gobernar a toda costa.Y, cómo no, dejando la pelota en el tejado del Psoe, que ellos "pío, pío, que yo no he sido", si al final Pedro Sánchez no comulga con sus ruedas de molino.

Si yo fuera votante de Podemos estaría muy, pero que muy desilusionada.

2- Huída vergonzosa de Rajoy. !Qué decir que no se haya dicho! Echar balones constantemente fuera hasta que no ha podido más y entonces ¿a quién culpar? Exacto.... Al Psoe, que no quiere pactar, no a su pésima gestión y a la mayoría absoluta de rodillo que durante cuatro años ha llevado a la ciudadanía a situaciones muy complicadas.

Y todo esto aderezado con unos medios de comunicación sin objetividad, vendidos a los mejores postores y que no tienen el menor empacho en mentir, tergiversar y acomodarse a la opinión del que les da de comer.

Algo le pasa a este país con el partido socialista. Yo tengo mi propia teoría del Edipo mal resuelto, de una especie venganza o despecho hacia el "padre" por tener la sensación parte del electorado de haber sido traicionados. Y ahora, se vuelve a exigir a ese mismo "padre" que nos solucione la papeleta nacida de unas elecciones en las que se ha intentado por activa y por pasiva enterrar definitivamente al socialismo.


Mientras, aquellos que creemos, que somos, que estamos, seguiremos sujetando la rosa, que es el símbolo de nuestro partido aunque en este momento nos estemos clavando las espinas, que duelen, duelen mucho.

Sed felices!







sábado, 16 de enero de 2016

Cabreados

Hace años el arquetipo del  español que pululaba por Europa, o eso era por lo menos lo que decía las malas lenguas, era el de un hombre bajito y persistentemente cabreado. La encarnación del mismo era Alfredo Landa, grandísimo actor que en gloria esté.

El paso del tiempo ha variado uno de los dos términos. Los españoles ya no somos bajitos, pero seguimos estando cabreados, muy cabreados. O por lo menos, una parte de ellos.
Esto, mis queridos lectores, viene a colación por la experiencia vivida ayer en un recital de poesía en el que tuve la oportunidad de participar.

Como muchos sabéis este tipo de actos consiste en que los poetas declamamos, con mayor o menor fortuna, alguno de nuestros poemas: de amor, de desamor, de frío, incluso alguno erótico en el que el poeta preguntaba a una hipotética pareja sobre la cualidad de su orgasmo.

Voces suaves, templadas, que envolvían los versos hasta que llegaron las lecturas de los poetas jóvenes. Y ahí, incomprensiblemente, el recital se convirtió en una ordalía de cabreo y gritos.

¡Qué ira!, ¡qué borbotones de palabras, de insultos! Incluso una de las poetas terminó llorando ante su propia rabia.

Mientras contemplaba este espectáculo nació en mí una mezcla de ternura y pena. Porque eran muy jóvenes y transmitían mucha frustración.

Supongo, para mi tristeza, que lo que vi y escuché ayer fue la escenificación de la situación en que están una gran cantidad de jóvenes, que piensan que la vida, su corta vida, les ha traicionado y no tienen más recursos que gritar.

Y eso a mí también me cabrea.

Sed  felices.


sábado, 9 de enero de 2016

Siempre quise ser Alicia



 Recupero este artículo que ya fue publicado en su día en la revista cutural El Ballet de las palabras, con ocasión de la conmemoración de la publicación de la obra de Lewis Carrol.

Siempre quise ser Alicia.  Desde el primer instante en el que leí el cuento de esa niña que, cayendo por el hueco de un árbol, llegó a un país absurdo pero maravilloso.
Me parecía que de todos los cuentos e historias infantiles que alcanzaban mis manos la que tenía más posibilidades de ser verdad era esa. De hecho, recuerdo que me dedicaba  a menudo a asomarme cualquier hueco que encontraba en los árboles por si era la puerta a ese mundo plagado de personajes que me fascinaban.
Cuando fui creciendo, siguió en mí ese anhelo. Como en otros, que se niegan a crecer asemejándose a Peter Pan, yo sufro el síndrome de los mundos paralelos. Esos que existen en el país de las Maravillas y , sobre todo, a través del espejo.
Tal vez ese sentido de la fantasía como vehículo para comprender la realidad me ha hecho ver el personaje de Alicia como mi alter ego desde muy temprana edad.
Sé, como no saberlo, que lo descrito en la novela no deja de ser la fantasía de un escritor dedicada a una niña aburrida ante una lección de Historia en un día de verano, . No obstante me fascina la capacidad de encontrar esa salida hacia  otra dimensión  para entender quizá mejor lo que queda aquí.
Me gustaba , cuando  era una niña que vivía en el centro de una gran urbe, más o menos de la edad de nuestra protagonista, que Alicia no fuera una  princesa que, después de muchos avatares, encontrará el amor en brazos de un príncipe azul y cumpliera así su destino. Me agradaba porque era una niña llevada por su curiosidad, como yo lo era,  envuelta en una gran aventura, la que yo anhelaba.
Tal vez ese sea todo el resumen de quienes, ya adultos, buscamos en la  fantasía y la imaginación la salida para este mundo cotidiano que nos harta y agobia igual que una bochornosa tarde de verano. No buscamos príncipes azules ni finales felices, sino contar y vivir aquello que nos enciende la antorcha de la pasión.
Sí, siempre quise  ser Alicia . Me gusta pensar una secuela en la que la pequeña niña se hace mujer sin perder esa capacidad de imaginar,  sin doblegarse al terrible mandato de que madurar significa encadenarnos al suelo de la realidad. Me gusta pensar que Alicia decidió un día escribir historias, como yo, que ayudaran a otros a comprender que no hay nada de absurdo en gatos que sonríen como medias lunas, huevos que hablan, o reinas de corazones que, presas de un furor tiránico, se dedican a descabezar naipes. Lo  incomprensible es levantarnos cada amanecer con el horizonte a la altura de las narices, el conformismo a la altura del corazón y el cansancio como traje habitual.
Sigo buscando al conejo blanco todos los días. Lo busco a través de las palabras. Lo busco a través de las historias que encuentro en ese otro mundo que invento y reinvento y al que voy y vengo. 
Para terminar solo un pequeño fragmento que creo es el meollo de todo lo que he intentado expresar. Hablan Alicia y el Gato de Cheshire.
-         (…) Pero yo no quiero mezclarme con locos- recalcó Alicia.
-         ¡Estupendo!, pero eso resulta inevitable- repuso el Gato-, aquí estamos todos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.
-         ¿Cómo está tan seguro de que yo estoy loca?- dijo Alicia.
-         Tienes que estarlo- repuso el Gato- o no habrías venido hasta aquí.
Yo como el gato de Cheshire asumí hace tiempo mi propia locura: no sé otra manera de mantenerme cuerda. 
 Sigo queriendo ser Alicia.

Sed felices.





sábado, 2 de enero de 2016

¡Atchuuuusss!

Me levanto este primer sábado del año con un considerable catarro. Le he estado esquivando estos días- notaba como la picazón de garganta auguraba semejante final-, pero creo que, por fín, me ha pillado en un descuido, cuando tenía las defensas bajas tras la ingestión de tantas calorías comidas y bebidas.No es  la mejor manera de empezar el año, pero qué se le va a hacer. Los virus son seres inmisericordes a los que les da igual que "ya vienen los Reyes por el arenal" o que sea "siete de julio San Fermín".

Parece mentira como los seres humanos, que se supone nos encontramos en la cúspide de la evolución animal- algunos muy, muy animal- somos vencidos temporalmente por una colonia de  microindividuos, que se alojan en nuestro organismo y  nos deja hechos unos zorros.

Una, que gusta de echarle fantasía a casi todos los temas, imagina mi cuerpo serrano en estos momentos como un capítulo de Juego de tronos, en el que mis defensas se encuentran batallando contra la panda de malnacidos virus, en un afán de conquistar mi salud. En estos instantes, la cotienda está en su punto más álgido, pues me duelen hasta las pestañas, aunque la fiebre, esa tercera en discordia, no ha hecho más que tímidamente su aparición en forma de decimillas.

¡Qué vulnerables somos lo seres humanos y qué poco conscientes a veces ! Nos aferramos a la grandilocuencia a lo material sin darnos cuenta de que lo más importante no depende solo de nuestra voluntad, sino de que nuestro organismo sea capaz de combartir a tan taimados e invisibles enemigos.

En fin, perdonad esta primera entrada anual tan llena de miasmas, pero soy una enferma pésima, una paciente muy poco paciente- valga la redundancia- , y necesito quejarme un poco. También pasaré a la acción, con el fin de mandar batallones de refuerzo: zumos de naranja, caldo de pollo, paracetamol y mimos- estos últimos no los tengo muy claros-, con el fin de ayudar a mis glóbulos blancos, caballeros en lid para vencer a los  malvados.


¡Atchuuuusss! Me voy a hacer unos vahos...

Sed felices!