viernes, 23 de marzo de 2018

Día de la Poesía con amigo y unos versos

Hace días que el fragor de lo cotidiano me ha ido apartando de este blog. Pero no quiero que transcurra más tiempo, ya en esta primavera que todavía lleva de la mano al invierno, de encontrarme con vosotros, mis queridos lectores.

El miércoles celebramos el día de la Poesía. Yo tuve el honor de hacerlo desde un sitio especial, la biblioteca Luis Rius de Tarancón, y con una persona también especial, como es mi amigo el poeta Emilio González Martínez que glosó mis poemas de mi nuevo poemario con una presentación preciosa que quiero compartir.


"Antes de entrar en la presentación del segundo poemario de mi amiga Elena quiero agradecer a su autora que haya decidido correr el riesgo de confiar en mi  para este evento. También quiero reconocer la alegría que supone para ella y para mi venir a esta Biblioteca Municipal de Tarancón en la que tantas veces nuestras letras han recibido la amorosa acogida de Gemma, Blanca, Sole y todo el público presente y, en muchos casos, reincidente.


Estamos ante un libro publicado el año pasado en la nueva Colección "Poesía tatoo" de Ediciones Vitruvio que contiene 63 poemas que si bien, afortunadamente, no cotizarán en bolsa, si nos traerán el fresco aliento de lo hecho poniendo en ello todo el corazón.


Nos avisa ya desde la ilustración de portada que el tiempo -el mejor maestro, si no fuera porque va matando a sus alumnos-. será el protagonista y así lo ratifica con el título del último poema: Tiempo, en el cual decide que no hay más tiempo que el de vivir y escribir.


También desde los epígrafes iniciales nos alerta sobre la insatisfacción que le produce el mundo en el que vivimos, insatisfacción que no se canaliza en queja -esa acción que garantiza que no habrá transformación-, sino en afán, en trabajo, en lucha. 


Elena Muñoz es una luchadora capaz de escribir novelas, piezas de teatro que luego interpretará, presentar libros como ha hecho en este mismo recinto con un poemario mio y firmar en varias ferias del libro al mismo tiempo, mantener un blog llamado: "Mi vida en Tacones", asumir la secretaría de Cultura del PSOE de Rivas, llevar adelante -como Lic. en Historia del Arte- una tertulia mensual: "Leer un cuadro" coordinar desde hace años un Café Literario,  y, también, dormir de vez en cuando.


Aún le queda tiempo para preguntarse si escribe poesía o la poesía la escribe a ella y todavía si tenemos tiempo o el tiempo nos tiene, lo que nos lleva a considerar la dudosa validez de frases como "no tengo tiempo" o bien "dame tiempo", como si el destinatario del pedido lo tuviera.


Y todo esto con un lenguaje, no por sencillo, con menor vuelo poético. Hay en este libro amores, algunos con nombre propio y otros sugeridos en sus encuentros, sus nostalgias, duelos y sorpresas.

En sus versos respira la actualidad que la poeta no confunde con la realidad, conjuga el verbo soledad en los labios de "esa mujer fatal cuyo beso es la puerta giratoria a un purgatorio repleto de gente sola".


Nos advierte también que NON SERVIAM (no obedeceré) ya que prefiere la rebeldía de "andar a oscuras que seguir la luz tibia de servir a quien sirve". Aunque ello la aboque a un naufragio y a ser "ya solo un resto de ese naufragio". 


Además de luchadora, Elena es una mujer inteligente capaz de reconocer ese dolor que no duele, ese dolor distinto a todos los demás, el dolor de vivir de ser mortal, de ser el único animal de la creación que sabe que va a morir y todas las mañanas se despierta con ese peso invisible sobre sus hombros.  Y por si quedaran dudas ahí está el contrapunto de ese magnífico poema donde "las hojas mueren sin ruido, sin conocer la siguiente primavera". O sea, mueren sin el ruido de ese dolor humano que no duele. 


Y para no extenderme más ya que el protagonismo hoy corresponde al libro, a la poesía, en su día, y a la autora en su propia voz, voy a darle paso aunque me reservo la lectura de un poema donde la poeta se confiesa PERDIDA, aunque hoy podemos felicitarnos de haberla encontrado".

                                                                                                                                             

                                                                                                 Emilio González Martínez

miércoles, 14 de marzo de 2018

De Hawking, la poesía y el universo

Me despierta la nocticia del fallecimiento de Stephen Hawking.

No cabe duda de que la figura del físico inglés pasará  a la Historia como una de las mentes más privilegiadas. Pero, también, de como la mente humana puede pervivir a pesar de estar envuelta en un cuerpo cada vez más decrépito, y dar a luz las ideas más brillantes.

También, y hemos de ser justos, debemos agradecer a este científico el haber asumido como familiares conceptos que antaño solo cabían en cerebros menos ordinarios: el Bing Bang, la teoría de cuerdas, los agujeros negros...

Reconozco que siento una extraña atracción por la física cuántica, y hallo, en muchos de sus planteamientos una base poética importante. De hecho, en muchas de las metáforas que manejo se encuentran estos conceptos que para una persona de Humanidades, como soy yo, no deberían de ser tan atractivos.

No cabe duda que intentar explicar el origen del Universo es pura poesía.  Querer ir más allá de la pura comprensión, de lo táctil, de "si no lo veo no lo creo" provoca un ejercicio de imaginación absoluta, aunque luego se transforme en datos, en fórmulas, en ecuaciones.

Os dejo este poema, que pertenece a mi último poemario Los poemas no cotizan en bolsa (Ediciones Vitruvo, 2017), que explica mucho mejor esta relación.



LA ECUACION DE DIRAC

Dos sistemas que alguna vez estuvieron unidos,
formando solo uno, separados más tarde,
alejados años luz,
siguen, para siempre, relacionados.
La física cuántica explica mejor que yo
la imposibilidad de olvidarte.



domingo, 4 de marzo de 2018

Adelantar al tiempo

Tras la excepción dela semana pasada, vuelvo a escribiros en domingo, frente a mi ventana salpicada aquí y allá de gotas de lluvia. Leyre está desayunando y la casa se ve imbuida en un silencio que llega desde la calle solitaria  de gente que se refugia en las casas , huyendo de lo que para la mayoría es "mal tiempo".

El invierno está llegando a su fin y en pocos días el gran chopo que vislumbro en la plaza cubrirá sus amplias ramas de los brotes que rápido se convertirán en hojas verdes y brillantes recien nacidas.

Es el ciclo de la vida, claro. La manera que el tiempo tiene  de hacerse visible, ajeno a nuestra queja de su paso inexorable.

Los días pasan volando, decimos. Pero es que, en realidad, la vida es muy corta. Y, además, nosotros intentamos consumirla aventando la prisa, el ansia, y la intranquilidad, intentando adelantar  ese tiempo del  que nos quejamos por su brevedad.

Cierto es que en los primeros cincuenta años muchos de nosotros cumplimos con parte nuestro mandato vital de crecer y reproducirnos,  para afrontar la llegada del final lo más tarde posible, en los veinte o treinta restantes, pero la vida ( o la muerte) no sabe de cuentas con los dedos. Las estadísticas hablan de la esperanza de vida, pero no de la única certeza, ante la que muchos tocan madera. Sin embargo nos complicamos los días, nos angustiamos las horas, y tememos perder constantemente, cuando nuestra mortalidad es lo único que es seguro. Somos la sociedad del drama, de la tragedia, de la hipérbole. Somos la sociedad del miedo.

La mayor paradoja es que a pesar de toda la tecnología, de todos los avances no somos más felices que nuestros congéneres de hace dos siglos, sino, por el contrario, bastante menos. Tal vez por que ellos consideraban que la vida era el ahora, que en invierno ha de hacer frío y el verano calor. Es decir que ellos vivían, y nosotros solo buscamos como eludir a la muerte.

Y ella siempre nos encuentra... A todos.