domingo, 26 de febrero de 2017

El otro Yo (Alter Ego)



Hace ya tiempo, con ocasión de la presentación de mi segunda novela Vientos del pasado, el secreto tras el cuadro, mi acompañante en la mesa se refirió a la protagonista de la misma, Marta Nogales, que también lo era de la anterior,  Como viento en la espalda, como mi alter ego, mi otro yo.
No era la primera vez que sucedía. Es más, aquellos  lectores que mantienen conmigo un contacto personal  o cercano no se quedan en considerar a Marta como esa otra, sino que la identifican total y plenamente conmigo. De tal manera, que me han llegado decir que no solamente le ponen mi rostro, sino que la voz que les va narrando es la mía también.

No han sido una ni dos sino muchas  las entrevistas en las que se me ha preguntado que hay de Elena en Marta. Yo siempre contesto que ójala me pareciera a ella, porque mi protagonista me parece una mujer fantástica, mucho más valiente e intrépida que yo, dispuesta a correr aventuras y arriesgar con tal de encontrar su camino y su libertad.

Siempre ha habido escritores que han utilizado a este tipo de personajes, estos llamados alter ego,  para explorar su propio interior y, quizá,  enmascarar narraciones que en el fondo son autobiografías: Nick Adams – Ernest Hemingway; Ariadna Oliver- Agatha Christie; Henry Bech – John Updike; Henry Chinaski – Charles Bukowski; Esther Greenwood – Sylvia Plath; Arturo Belano – Roberto Bolaño, entre otros.

Por otra  parte, es posible que, más allá de ese viaje interior realizado en una  ficticia tercera persona a través de ese “otro yo”, los escritores nos permitamos vivir experiencias que no nos suceden en la vida real, a veces escasa de emociones.

Lo que no cabe duda de que los novelistas ponemos algo de nosotros en nuestros personajes. También de nuestros familiares, de nuestros conocidos, o simplemente de alguien que llamó nuestra atención durante unos minutos en el trayecto del metro. La veracidad de los protagonistas de nuestras historias consiste en que puedan ser reconocidos en la vida real, aunque ésta suceda más allá de Orión. Por eso los construimos desde una realidad, desde el puzzle de personas y personalidades que nos acompañan en la vida cotidiana.

En resumen, no niego que mi querida Marta Nogales no comparta conmigo muchos detalles de su vida o de sus gustos, incluso de sus debilidades, como también lo hace de mujeres que conozco y me rodean. Pero, y mala escritora de ficción sería, mi protagonista va mucho más allá que yo. Al fin y al cabo goza de la libertad más absoluta que existe: la imaginación, que como diría  Alfred Musset, “abre unas alas grandes como el cielo en una cárcel pequeña como la palma de la mano”.

domingo, 12 de febrero de 2017

El amor es eterno mientras dura

El próximo martes se celebra San Valentín, día por antonomasia dedicado al amor y a los enamorados.

Si eres, lector o lectora, de los que gustas regalar en este día, pues harás muy bien. Si, por el contrario, consideras esa conmemoración como un invento, al igual que otros, de la sociedad de consumo con el fin de aumentar las ventas de rosas rojas, cajas de bombones y reservas en restaurantes, pues también me parece perfecto. No seré yo la que critique ni una cosa ni la otra.

Mi reflexión de hoy no va en la línea de aprobar o no que haya un día dedicado a los enamorados, sino que con esa excusa comentar sobre la propia mitificación del amor. Ya, ya sé que muchos de vosotros habréis enarcado las cejas con cierto asombro. El amor, me refiero al de las parejas, es uno de los paradigmas de esta sociedad en la que, curiosamente, se consume con tanta rapidez como la llama de un fósforo.En nuestro país por cada diez matrimonios hay siete rupturas, llegando casi a los cien mil divorcios anuales.Sin embargo seguimos creyendo en la eternidad del amor, en el "felices para siempre".

Tal vez eso hubiera sido posible en el paraíso terrenal antes de la manzana, pero en la actualidad, rodeado el fuerte del amor romántico por los factores externos de los hijos, las hipotecas, la precariedad laboral o la familia- sí, que también a veces tiene lo suyo-,  es muy, pero muy complicado sobrevivir.

Pero, y yo creo que son los más importantes, también están los factores internos, aquellos propios de cada  miembro de la pareja y que por cuestiones de su propia historia vital, de su crecimiento hace  que poco a poco ese amor vaya mutando.En el mejor de los casos puede quedar una maravillosa amistad, una complicidad que no rompa la convivencia. En el peor de los escenarios llegará  la ruptura.

No quiero, mis queridos lectores, que penséis que soy una escéptica del amor, no. Es más, soy una enamorada de ese sentimiento que, además, alimenta muchos de mis poemas. Creo en el amor y cuando lo he sentido he sido la mujer más dichosa. Pero también soy consciente de que el amor es eterno mientras dura, una verdad de Perogrullo, que en su propia simpleza encierra la verdad más absoluta.

Sed felices!





domingo, 5 de febrero de 2017

De perros y gatos

Existe una obra del insigne, no sé si la conocéis,  Enrique Jardiel Poncela titulada El amor del gato y el perro, un diálogo entre dos personajes sobre la búsqueda de la felicidad a través del amor.

Lo que más llama la atención, a parte de ser un texto excelente con ese humor amargo y cínico de Jardiel, es la tesis de que los humanos concebimos el amor en base-como siempre habrá excepciones- de nuestra preferencia a la hora de elegir mascotas o identificándonos nosotros mismos con ellas.

Me explico: si nos gustan los gatos, tan independientes y a veces huraños, es que somos de dar  mucho cariño, de volcarnos en la relación, aunque en ocasiones no nos sintamos justamente correspondidos. Por el contrario, si preferimos perros somos nosotros los que queremos ser receptores de ese amor, de esa fidelidad y de ese cariño desinteresado.

Por tanto, no es erróneo deducir que también nosotros, los humanos, amamos como gatos o como perros, es decir gustando más de dar o de recibir. Por tanto un amor gatuno buscará un amor perruno y viceversa.

Tengo que confesaros, mis queridos lectores, que yo me considero un poco gata, no solo por mis orígenes madrileños, sino porque me gusta dejarme querer, aunque a veces saque las uñas o de un bufido, o me empeñe en ser independiente... No tardo en volver roroneando pidiendo caricias.

En fin, esto, como casi todo, no deja de ser una mera especulación, de tantas,
que hay en el amor. Aunque seguro que ahora, tras leer estas líneas, más de uno se preguntará: y yo.. ¿Qué soy, perro o gato?

Sed felices,