No concibo la vida sin los libros. Quizá por que he tenido la suerte de que me acompañaran durante toda mi existencia y que en mi casa los hubiera desde siempre. Y digo la suerte porque para los que la lectura es una actividad cotidiana, nos es incomprensible que a otras personas no les guste leer e incluso se vanaglorien de que solo han leído un libro en su vida.
Muchos de mis mejores recuerdos están ligados a momentos en los que me dejaba envolver por la magia de los cuentos, de las leyendas, de los relatos y de la poesía, aunque mucho más tarde, lo confieso.
Negar la posibilidad de acceder a la lectura me parece un crimen de lesa humanidad, pero mayor el poder y no hacerlo. Ya, ya sé que en la actualidad existen los video-juegos, pero no es excluyente. La lectura activa como nada la imaginación, porque es el lector el que construye a los personajes a partir de los datos dados por el autor y es en su mente en donde se escenifica la trama. Asimismo, nos da la posibilidad de recorrer los escenarios en los que se desarrolla las acciones, viajando por el Mediterráneo clásico con Ulises, a la China con Marco Polo o al mar de los Sargazos en la cubierta de un barco pirata, haciéndonos vivir mil vidas.
En las páginas de un libro se esconden todas las risas, todas las lágrimas, todos los amores y las pasiones humanas.Y sobre todo, el hecho mágico, asombroso, de que alguien un día, se inventó una historia, un poema, y lo puso ante nuestros ojos para que nuestra vida se llenara de emociones.
Recuerdo que de niña, volvía del colegio y rápidamente me cambiaba el uniforme- yo era una niña de colegio privado- y cogía la merienda junto con el libro que estaba leyendo. Pertrechada con ambas cosas, me sentaba en un mullido sillón de orejas color granate que teníamos en el que llamábamos "cuarto pequeño", por sus reducidas dimensiones, me ponía un cassette de música clásica, barroca a ser posible, y abría el libro por la página en que me había quedado la noche anterior, antes del que el sueño me venciera. Hasta el día de hoy no recuerdo que era lo que me hacía disfrutar más, si el pan con chocolate, o las manzanas del refrigerio, o el libro en el que me embebía y del que era rescatada por la voz de mi madre, que me empujaba a hacer los deberes.
Hay una novela que, como a tantas niñas de mi generación, me acompañó muchas tardes. Me refiero a "Mujercitas" de Louise May Alcott. Adoraba a la segunda de las hermanas, Jo, tan resolutiva, alocada y llena de vida. Y de este libro rescato una frase suya que viene a mi mente infinitas veces cuando recuerdo esas tardes de lectura y que podría considerarse un buen resumen: "la felicidad consiste en leer y comer manzanas".
Sed felices.
Muchos de mis mejores recuerdos están ligados a momentos en los que me dejaba envolver por la magia de los cuentos, de las leyendas, de los relatos y de la poesía, aunque mucho más tarde, lo confieso.
Negar la posibilidad de acceder a la lectura me parece un crimen de lesa humanidad, pero mayor el poder y no hacerlo. Ya, ya sé que en la actualidad existen los video-juegos, pero no es excluyente. La lectura activa como nada la imaginación, porque es el lector el que construye a los personajes a partir de los datos dados por el autor y es en su mente en donde se escenifica la trama. Asimismo, nos da la posibilidad de recorrer los escenarios en los que se desarrolla las acciones, viajando por el Mediterráneo clásico con Ulises, a la China con Marco Polo o al mar de los Sargazos en la cubierta de un barco pirata, haciéndonos vivir mil vidas.
En las páginas de un libro se esconden todas las risas, todas las lágrimas, todos los amores y las pasiones humanas.Y sobre todo, el hecho mágico, asombroso, de que alguien un día, se inventó una historia, un poema, y lo puso ante nuestros ojos para que nuestra vida se llenara de emociones.
Recuerdo que de niña, volvía del colegio y rápidamente me cambiaba el uniforme- yo era una niña de colegio privado- y cogía la merienda junto con el libro que estaba leyendo. Pertrechada con ambas cosas, me sentaba en un mullido sillón de orejas color granate que teníamos en el que llamábamos "cuarto pequeño", por sus reducidas dimensiones, me ponía un cassette de música clásica, barroca a ser posible, y abría el libro por la página en que me había quedado la noche anterior, antes del que el sueño me venciera. Hasta el día de hoy no recuerdo que era lo que me hacía disfrutar más, si el pan con chocolate, o las manzanas del refrigerio, o el libro en el que me embebía y del que era rescatada por la voz de mi madre, que me empujaba a hacer los deberes.
Hay una novela que, como a tantas niñas de mi generación, me acompañó muchas tardes. Me refiero a "Mujercitas" de Louise May Alcott. Adoraba a la segunda de las hermanas, Jo, tan resolutiva, alocada y llena de vida. Y de este libro rescato una frase suya que viene a mi mente infinitas veces cuando recuerdo esas tardes de lectura y que podría considerarse un buen resumen: "la felicidad consiste en leer y comer manzanas".
Sed felices.
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