viernes, 31 de diciembre de 2021

Cada uno en su casa

 Última entrada de 2021

De las tres fechas que celebramos dentro de la Navidades la que menos me gusta es esta, la de hoy, la del paso de un año a otro. Aunque tengo que decir que la he celebrado  siempre, excepto en dos ocasiones, en familia.

Este año será totalmente diferente. No estaré con mis hijos, ni con mis nietos, ni con mis hermanos. Cada uno estará en su casa. Unos porque han recibido la desagradable visita del coronavirus. Otros, como es en nuestro caso, por prevención.

A pesar de ello quiero que no pase sin pena ni gloria. Quiero, precisamente porque esta Noche vieja viene teñida de tristeza y frustración hacerla lo más tradicionalmente posible. El menú está elegido, y dentro de poco encenderé el horno para el plato principal y comenzaré a preparar los entrantes. Antes de dar las campanadas nos conectaremos por Internet con mis hijos y nietos para comer las uvas juntos y desearnos un feliz año.

Lo haremos con toda la fuerza que en cualquier circunstancia acompaña a la necesidad de olvidar lo amargo para disfrutar, aunque sea de una manera más pequeña o diferente, de aquello que se hace con amor. La distancia nada tiene que ver con el olvido. Conmigo estarán también aquellos que, ojala pudiera, no pueden ya hacerse presentes nada más que con el recuerdo, pero estarán.

Todos los días, todas las noches, y la de hoy no va a ser una excepción, persisto en la tarea de entender esta vida que nos coloca tantos óbices, pero que es la que tenemos aunque nos ponga a prueba y nos obligue una noche como esta a brindar por 2022 cada uno desde su casa.

Feliz año, mis queridos lectores, feliz año. Os deseo que el tránsito se un año a otro sea todo lo feliz que os sea posible. Cuidaos mucho.

domingo, 19 de diciembre de 2021

Me sobra información, me faltan besos

 

Hoy me he permitido usar como entrada dos versos de un poema que se incluye en mi nuevo libro en preparación: "Como un sediento a la orilla del mar". Aunque este poema está escrito hace tiempo sigo con la misma sensación.

Cada día amanezco con la reiteración de las mismas palabras, las mismas noticias, el mismo tono de los periodistas que comentan sin solución de continuidad la muerte por violencia de género, la subida de la inflación o los goles del equipo de turno. Palabras tremendas, agobiantes, que se convierten en una pinza en el estómago y cuyo protagonista principal es la pandemia.


No niego que me preocupa contagiarme, pero sin duda, en estos momentos mi mayor preocupación es no dejarme vencer por le desánimo que me ronda como buitre a la carroña. Da igual con quien estés, en donde estés, que la conversación derivará en lo mismo: un cuñado, un amigo de un amigo, un primo, un "esto no se acabará nunca", "la tercera dosis no protege de la variante omicrón"... Todo un despliege de barrenas que van explotando minando cualquier esperanza.

Esa "información" me sobra. porque me urta la ilusión y las ganas de sonréir. Porque me roba los besos, y los abrazos, esos que ya nunca más podré dar.

Soy absolutamente consciente de la situación sanitaria, pero no necesito que me machaquen todos los días con  la misma historia, sobre todo por parte de quienes piensan que ser "realistas" salvaguarda de nada. A lo más que llegamos es a convertir la vida, la ajena y la propia en un auténtico agobio.

Perdonad, mis queridos lectores, que este post destile tanta falta de alegría, pero una, que siempre se ha tenido por resilente, está llegando a flojear, sobre todo porque empieza a no entender para qué tanta información sin solución.

Dentro de unos días comenzará las Fiestas de Navidad. No sabemos muchos aún cómo ni con quien, pero yo haré el solemne propósito de empezar a vislumbrar más allá de lo que me rodea. Necesito vivir, no sobrevivir.

¡Ah! Y el 26 de diciembre me pondré la tercera dosis.

FELICES FIESTAS.

lunes, 6 de diciembre de 2021

Junto al mar

 Un año más estoy aquí, junto al mar. 

 

Un paisaje conocido, pero muy distinto, porque este mar no es el del verano, rodeado de gentío, cubierto de bañistas, con su orillas convertidas en paseos atestados, haya o no pandemia.

No, este mar se transforma en su propia identidad, inmensidad azul que se extiende hasta donde abracan mis ojos. Un año más me acerco en estos días de reposo a su acogedor abrazo y sosiego: sé que nunca me va a defraudar.

Este año he llegado a su orilla especialmente cansada, un tanto abatida. Entiendo y me comprendo, porque los días se suceden con una impenitente monotonía: pandemia, economía, economía, pandemia, lo mal que va todo según la oposición, nueva variante, economía... 

No es que me queje, no he sido nunca de quejarme mucho. Primero porque no he tenido razones objetivas, y, segundo, porque mi manera de ser me impide hacerlo, aunque las tuviera. Si  encontrara, además,  una tercera razón, diría que siempre la vida me ha colocado en el lado de tirar del carro, de ser yo la que anime, de convertir la lástima en resistencia.

Pero con todo y con ello, con el entrenamiento que mi existencia me ha ido marcando, hay momentos en que me siento cansada,  en que miro a mi alrededor y el desconcierto me invade. Entonces me acerco a la playa y noto como dentro de mí surgen emociones reconfortantes, reconocibles, esas que me hablan de que, a pesar de todo, cada día que amanece es una esperanza para hacer y para cambiar.

Por eso, un año más, estoy junto al mar.

Sed felices.