Hace unos día, revolviendo en los cajones de un mueble en casa de mi madre-cosa que me encanta, porque siempre encuentro algo que no recordaba- apareció una foto mía de un viaje a Sevilla. Debía tener unos doce años, y, tengo que reconocerlo, francamente mal llevados: gafas, un corte de pelo a lo príncipe y un cuerpo sin formas, junto a una actitud torpe y desgarbada de preadolescente.
Sí, hubo una época que fui una niña poco agraciada. Pero jamás recuerdo que se hiciera en mi casa referencia a esa imagen. Para todos era una personita brillante, inteligente y que estaba llamada a ser una gran profesional el día de mañana. Y esto siempre se lo agradeceré a mi familia: ser capaces de poner el foco en la parte intelectual, y no en la física, lo que hizo de mi primero una niña, luego una joven y por último una mujer con una autoestima fuerte y segura.
Con los años me fui arreglando un poco, hasta resultar una mujer con una imagen aceptable. De tal manera, que mis hermanos, guasones donde los haya, dicen que después de la mariposa y la rana, la metamorfosis más increíble es la mía.
Bromas a parte, quería comentar esto con vosotros en relación a lo importante que es fomentar las cualidades intelectuales en los jóvenes, en una sociedad que tanta importancia da al físico, con tan graves obsesiones, algunas veces, que llegan a afectar la salud. Por suerte o desgracia, aunque seas una persona bellísima, el tiempo, implacable, socavará esa belleza. Pero si nuestra autoestima está sustentada en nuestras capacidades, en nuestra inteligencia, esfuerzo, voluntad, en aquello que siempre permanece, nuestra personalidad, estaremos encontrando, seguro el sentido último de nuestra existencia.
He guardado la foto de marras en un álbum, para tenerla a mano. Me enternece ver a esa niña feúcha, sentada en un coche de caballos del parque de María Luisa, sujetando una paloma, y saber que es parte de lo que hoy soy.
Sed felices
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