domingo, 24 de noviembre de 2019

25 DE NOVIEMBRE


Todo empieza con una  primera bofetada, esa que me abre los ojos como platos, incrédulos por sentir su mano, que antes me acariciaba, estallar junto a mi oído. No le reconozco en esa máscara de rabia y crueldad. No entiendo esa retahíla de insultos que han sustituido a las palabras antes de amor.

Quiero preguntar ¿por qué?, pero siento como los labios hinchados por el golpe no consiguen articular palabra.

El segundo golpe me hace caer al suelo. Levanto los brazos para que sus puños no alcancen mi cara, pero es en vano. Uno de ellos golpea mi estómago y me deja sin respiración. Con los ojos anegados de lágrimas, vislumbro en el quicio de la puerta a mis hijos en pijama que le gritan a su  padre que me deje, que no me pegue más.

Pero él es una fiera que ha hecho presa. Las patadas se  hunden en las costillas, mientras me sujeta las muñecas con sus manos para que no me pueda escapar.
Si no fuera por mis hijos, querría morir allí mismo.

De repente para, resollando como un toro, y cae de rodillas junto a mí. Siento su mano, la misma que no cesaba de abofetearme hace un minuto,  en mi cara, limpiándome las lágrimas y la sangre de mi boca. Le oigo susurrar en mi oído: “sabes que te quiero, es que me haces perder los nervios, pero te quiero… Siempre estaremos juntos”.

Luego se levanta y se va al dormitorio, cerrando la puerta. 

Mis hijos se acercan a mí, también llorando. El mayor me da el móvil y me dice: “llama, mamá. Por ti, por nosotros, llama”. Con dedos temblorosos marco el 112.

Una hora después el verdugo sale esposado de mi casa. La doctora del Samur que me atiende me dice que he sido muy valiente. También lo creo yo. Por la ventana veo el sol despuntar en un amanecer que no es solo del nuevo día, sino mío también.

No más miedo, no más violencia. No estoy sola. Por fin, soy libre.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Collioure

Amenazaba la lluvia, aunque el sol intentaba, sin mucho éxito,  abrirse paso. El mar vestía su manto gris, ese gris del que tanto gusta en el otoño y el invierno. Sobre la pequeña rada se erigía , solemne e inmutable la ciudadela.
Un cúmulo de sentimientos trenzaban mis pasos hacia el pequeño cementerio. Tantas veces había leído sobre él, había visto sus imágenes y , por fin, iba a poder presentarme ante la tumba del maestro, ante la tumba de Don Antonio Machado.
No tuve que andar mucho: pronto se vislumbra el túmulo cubierto de flores, de banderas francesas y españolas republicanas.
La lluvia ya no se hizo esperar más, y comenzó a caer lentamente, poniendo una músiquilla de fondo con aires de nostalgia.
Controlando la emoción, de mis labios, casi como una oración, brotaron los versos del poema "Un mañana efímero"...

La España de charanga y pandereta...

Después comencé a leer la carta que había escrito en nombre de mi agrupación de Rivas y que quedaría depositada en el buzón del maestro.

Estimado maestro, querido maestro de infancias y de poetas.

Don Antonio Machado:

Ante ti hemos venido, ante esta tierra a la que un día de febrero abrieron sus entrañas para hacer  ese último lecho donde acostar tu cuerpo, tan lleno de tristeza y de nostalgia.

Ochenta años ha desde aquella fecha: mucho tiempo. Tiempo en el que España, esa España que tú tan magistralmente retrataste, ha cruzado una larga travesía sobre un reguero de lágrimas y sudor de tanta buena gente condenada al exilio,  al silencio con los labios cosidos por el miedo y la venganza.(...)
 

Una ceremonia sencilla, pero tan transcendente para mí, porque ese jueves de noviembre vi cumplido uno de mis más grandes anhelos. Luego, a pesar de la lluvia y del frío, recorrí el perímetro de la ciudadela intentando retener en mis pupilas la belleza de ese pequeño pueblo que tiene ya un lugar emblemático en los libros de literatura. 

Nunca se es el mismo tras un viaje. Uno deja parte de si  y se trae aquello que le ofrecen.  Así ha sido también esta vez. Algo de mí quedó prendido en ese mar de otoño. En mi regreso guardé el recuerdo de esa lluvia, de ese olor a crisantemos y de mis humildes palabras que quedaron junto a la tumba de don Antonio Machado.

Sed felices.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Si de ti depende

Hace unos días podía leer en las redes sociales una pregunta acerca de qué se podía hacer ante la frustación. Mi comentario fue: "ocuparte de lo que de ti dependa".

En infinitas casiones nuetra tristeza o impotencia viene dada porque nos damos cuenta de la imposibilidad de remediar los problemas que nos acucian, sin darnos cuenta de que en una gran cantidad de veces esa solución no depende de nosotros.

Vivimos en una sociedad en la que, fundamentalmente los medios de comunicación nos  enfentan día si, día no, a hecatombes, apocalipsis y desastres. Las sentencias de "irremediable", "no hay marcha atrás", "es el principio del fin", trufan cada una de las imágenes de inundaciones, desiertos, e informaciones económicas.

Al mismo tiempo que todo esto sucede nos damos cuenta de que poco podemos hacer para que el pirado de Tump entre en razón, o que el cambio climático se pare, nuestra intervención es mínima como "curritos de a pié".La primera reacción siempre es de desánimo, pero entonces nos tenemos que dar un tiempo de reflexión para centrarnos en aquello que sí depende de nosotros.

Dice un refrán popular (ya sabéis que adoro los refranes) que "un grano no hace granero, pero ayuda al compañero". Seamos ese grano, ese eslabón de una cadena que finalmente afianzará los principios y los valores en los que que creemos. Participemos en la sociedad en la que vivimos, desde dónde hemos querido colocarnos y empujemos, empujemos para que toda la armazón que sostiene este sin sentido caiga.

Seguramente no llegaremos, por ley de vida , a ver los grandes cambios a los que nos enfrentamos hoy, pero si somos capaces de hacer que cunda nuestro ejemplo desde lo positivo, desde irradiar una energía que haga que más personas encuentren el sentido también
a su vida, seguramente, la sensación de estar perdiendo el tiempo desaparecerá.

Los grandes cambios de las Historia no se hicieron ni por un invento, ni por un día. Fueron realidad porque hubo quien convenció con su entuasiasmo a muchos, y estos fueron capaces de expandir ese mensaje.

Valoremos por tanto aquello que aportamos, aunque sea para nosotros ínfimo, pero que asumimos como nuestra responsabilidad. Recordemos que una gota, si persiste, acaba horadando una montaña.

Sed felices.