sábado, 29 de febrero de 2020

La ignorancia mata más que los virus

El que en un hospital de Valladolid hayan robado 5.000 mascarillas, ocasionando el evidente peligro para evitar los males para que se crearon nos da el calibre del momento en que estamos. Se sospecha que las estén dando salida en  internet,  en donde se ha llegado a pagar 1000 euros por una . "A río revuelto"...
Hace unos días la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso,se permitió afirmar que la contaminación no mata, y se quedó tan pancha, a pesar de que esta lacra de la sociedad de consumo causa 10.000 muertes al año en España, siendo la cuarta causa de muerte en el mundo. Y sin embargo los colegas de la señora Ayuso y de su ideología, están empeñados en negarlo, y sus votantes no entran en pánico (aunque razones para ello tienen), a pesar que ignorarlo mata. Cuando se trata de virus se pierde el norte.

La llamada crisis del coronavirus está demostrando el alcance (véase el caso "mascarilla") al que la ignorancia y la desinformación pueden llegar, porque en síntesis, aún hay quienes, yo entre ellas, hemos echado en falta más información veraz, no limitada a los tiempos de un informativo, o las necesidades de "share" de una cadena, y con menos frases alarmantes. Porque el conocimiento, o por lo menos así lo entiendo yo, es la mejor manera de afrontar una crisis.

En ese orden de interés un amigo de redes sociales me ha hecho llegar un clip de voz de lo más ilustrativo. En él una persona del mundo sanitario explica de una manera clara y acertada de qué estamos hablando. Este virus con forma de corona vive habitualmente en animales salvajes que forman parte de la dieta en China (pangolín, murciélago...); la apertura de este país al turismo y a las comunicaciones ha hecho que se expanda de una manera más fácil al resto del mundo. Su distancia de contagio es de 2 metros máximo y habita en las gotas medias de la saliva; el paciente tipo son hombres de 45 años de media, y suelen reponerse sin dificultad. Los mayores riesgos lo corren personas mayores (+ de 70), con riesgos cardiovasculares y diabetes. El tratamiento, el de una gripe común. La mortalidad fuera de China inferior al 1%, es decir que de 100 casos puede morir uno. Las mascarillas no sirven como prevención más allá de los hospitales ( si es que no los esquilman). La mejor asepsia lavarse las manos.

Bueno, pues tras esta información, que como digo es de personal formado e informado en Sanidad, me siento más tranquila si cabe.Y me ha parecido interesante, mis queridos lectores, transmitirla desde esta bitácora.

Sed felices.

domingo, 16 de febrero de 2020

Catarro

Pensé que lo había esquivado.

Evité las reuniones en que ya se hubiera declarado, incluso aunque fueran sangre de mi sangre, pero finalmente me alcanzó. Ese ínfimo ser que es el virus del catarro común, invisible a simple vista, pero que, sin embargo, nos deja postrados de malestar, atascada la nariz de mocos, y la garganta como papel de lija.

Ya en mi cocina se está cociendo el caldo de pollo, en el que tengo una fe  inquebrantable, aunque lo acompaño con los sobrecillos de anticatarrales, de sabor repugnante, pero que, como mínimo, palía los síntomas más molestos.

Durante unos días el eucalipto impregnará el aire de mi casa a modo de incienso en el exorcismo de adelantar la cura, aunque la sabiduría popular nos diga que el proceso con medicamentos dura una semana, y sin ellos siete días.

He de reconocer que no soy una buena enferma, y no porque me queje, sino porque me rebelo ante la sintomatología que me corta mi devenir diario. Aunque, claro, como buena madre de familia, tengo la virtud de sanarme a mí misma, haciendo honor a mi estirpe de buenas cuidadoras.

Mi madre, aunque no fuera una madre muy afectuosa, era una gran profesional de lo suyo, de ser madre, y tanto a mis hermanos como a mí nos aplicaba los remedios pertinente, mezcla, como antes he señalado, de ciencia y tradición. El caldo de pollo, la naranja, el limón y, sobre todo, un mensaje rotundo de "esto no es nada", que hacía que minimizaras el problema.

En fin, mis queridos lectores, que, fruto de esta temporada, el catarro me ha visitado para quedarse unos días. Tras él, volveré a encontrarme en forma, y recuperar mi energía.

Mientras, sed felices.


lunes, 10 de febrero de 2020

Orfandad

Perder a los padres es uno de los dramas a los que nos enfrentamos a lo largo de nuestra vida. Da igual la edad que tengamos, siempre es como si te arrancaran un trocito de tu alma.

Aunque no cabe duda que cuanto más joven se es, más se siente, sino la pena, si la carencia. Los padres son fundamentales en los primeros años de nuestra vida. Pero ahí está la muerte, esa inexorable verdad que nos acompaña, para hacerse  visible cuando menos lo esperamos.

Esa orfandad nos llega, casi siempre,  ya sea por enfermedad o por el tiempo cumplido. En algunas ocasiones porque la vida es arrebatada. Y si terrible es perder en la infancia a uno de tus progenitores, pensemos el horror que debe ser que el criminal sea tu padre. Entre 2013 y 2018 la violencia contra las mujeres había dejado  casi 200 huérfanos, número que se ha ido acrecentando durante  estos dos años. Y el asesino estaba en casa.

Campañas de concienciación que nos ponen delante de la cara este drama, y, sin embargo, sigue pasando. En estos cuarenta y un días que han transcurrido en 2020 son ya  diez las mujeres asesinadas por esa causa, dejando tras de sí la tragedia de su muerte y de ser el padre el asesino. Es decir, que estos hijos e hijas se quedan sin madre, pero también sin padre.

Para quienes sentimos empatía hacia los demás no comprendemos hasta qué límites puede llegar el odio, hasta donde el interés por hacer daño que ni siquiera el amor paterno sirve de freno para no matar.¿Estamos ante psicópatas, cuyo único placer es dañar, incluso contra natura? No encuentro lógica ni respuesta, lo único que sé es que esta lacra parece no tener fin.

Como sociedad tenemos la obligación de amparar a la infancia,  para que crezcan sanos y con una estructura familiar equilibrada. Ya no hablamos solo de violencia hacia las mujeres, sino de personas que un futuro arrastrarán el drama, repito, de saber que su padre asesinó a su madre solo por venganza.

No podemos evitar la muerte, pero sí estas muertes. ¿Cómo? Denunciando, señalando, apoyando las leyes que las condenan y aislando a aquellos que por intereses partidarios no las  reconocen.

Sed felices.