Ya he dejado constancia de que no soy exactamente una aficionada a los deportes, y mucho menos del fútbol. Pero tendría que ser de Marte para quedarme impasible ante la oleada que supone el Mundial. Sobre todo por la ilusión que ha inyectado la posibilidad de que la selección española sea campeona.
Dentro del panorama en el que estamos inmersos choca como los espacios de noticias pasan sin transición del más hondo pesimismo de la economía al alborozo más tremendo cuando se entra a los deportes...y somos el mismo país.
Hace unos meses tuve la ocasión de ver la película Invictus, que mostraba como un deporte, el rugby en este caso, fue capaz de insuflar la confianza y la unión a un país, Sudáfrica a la llegada de Nelson Mandela. Un país dividido por el racismo y en el que subyacían claros ánimos de revancha. Por primera vez entendí que era "sentir los colores". Recordé que un día mi hijo David me razonó que sino hubiera fútbol, habría más guerras, y que el deporte ayudaba a dejar fluir los sentimientos. Quizás sea así.
Porque si el que España gane el Mundial puede significar que volvamos a sentir optimismo y alegría y sirve para unirnos como país, soy la primera que gritaré "España, España..." (por cierto, va ganando a Polonia 5-0, en partido amistoso, y todavía no ha acabado el partido ¡qué fieras!).
Sed felices.
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