Todos lo que me conocen saben que soy una apasionada de los zapatos. De hecho, este blog se denomina Mi vida en tacones en parte como homenaje a esos adminículos que rematan mi atuendo. En este momento que escribo, descanso de una jornada en la que, junto con las amigas, hemos salido de compras y a comer. Y, obviamente,¿ qué es lo que me he comprado?: unos preciosos zapatos de charol color cereza, divinos de la muerte. Cuando me los he probado me he dado cuenta de que quizá no fueran fáciles de domar, pero, ¡son tan bonitos!.
Estoy deseando estrenarlos. No me importa pasar por lo que yo denomino grata incomodidad, que es cuando, por ejemplo, en este caso, te puede apretar un zapato, pero luce tan bien, que no te importa ese pequeño sacrificio. Las mujeres estamos acostumbradas. Si no de qué someternos a tanto ritual, adornos y prendas de ropa que en algunos casos emboscan situaciones que serían declaradas torturas en algunos países. Plataformas imposibles, depilaciones, perforaciones, dietas, tintes ....todo en aras de nuestra apariencia física.
Y si todo acabara en la estética, bien estaría, pero estamos habituadas a ser tan sacrificadas que incluso esa abnegación la llevamos al terreno personal, siendo capaces de aguantar relaciones que a veces aprietan más que unos zapatos estrechos, pero que en el fondo nos producen esa grata incomodidad a la que antes hacía referencia, y a pesar de que en ocasiones con gusto nos descalzaríamos, no podemos evitar sentirnos atraídas por ellas por que nos gustan y creemos poder adaptarnos.
En fin, que sí, que voy a estrenar esos zapatos y cuando acabe la noche, haber quien ha podido más, si ellos o yo.
Sed felices.
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