Al principio intentó que los colores de ese recuerdo no se perdieran, pero el transcurso del tiempo fue transformando los amarillos luminosos en ocres secos y los verdes brillantes en pardos sucios. Era como si la imagen que estaba plasmada en su cerebro se fuera cubriendo de un barniz apagado y extendido por la incertidumbre, la distancia y el silencio.
Intentaba limpiar ese barniz utilizando la esperanza y en algún instante, muy de cuando en cuando lograba sacar algún que otro color vivo a la evocación de ese momento que cada vez era más lejano.
Un día decidió que, como el cuadro de un antepasado que ya nadie sabe quien es, encerraría aquel recuerdo en el desván de su memoria y lo ocultaría tras otras vivencias que se habían ido acumulando en su mente. Y aunque a veces sentía la tentación de abrir la puerta y de sacar a la luz aquel recuerdo e intentar que la ilusión lo volviera a pintar de colores luminosos sabía que para ello tendría que encontrar la llave oculta en el cajón más recóndito del desencanto.
Sed felices.
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