¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?
Estas son las preguntas
básicas a las que siempre se aluden
cuando se habla de nuestra propia existencia como seres humanos. Preguntas que
pueden ser retóricas, o, también, intentar ser contestadas.

Porque tengo la sensación en
ocasiones de que nos vemos imbuidos en una corriente contra la que intentamos
nadar pero que cada vez se está haciendo más y más fuerte. La felicidad vive en el consumo, en tener, en comprar, en no
cuestionarnos nada más que conseguir lo que nos ofrecen los cantos de sirena de
aquellos a los que no les interesa que no nos paremos a pensar ni un minuto.
Recorremos la parrilla televisiva
y la mayoría de los programas son de los llamados de “entretenimiento”, pero
con una falta de rigor, de ingenio y de inteligencia que a una se le abren las
carnes. Ya, ya sé que pervive alguno, en el que hay que mostrar una cierta
cultura, pero que poco o nada hace por mejorar el resto. Qué sociedad se puede
llamar progresista tolerando programas en los que el tema central es tan zafio
y grosero, en donde la figura de las mujeres es denostada, y la inteligencia
brilla por su ausencia.
Pero si nos paramos en aquellos
cuyo tema central es la política aún es peor. La calaña de los tertulianos
afines al conservadurismo más casposos provoca no solo rechazo, sino, en
ocasiones, nauseas. No dan el mínimo respiro. El insulto, la mentira, y lo
tendencioso se adueñan de estos espacios al servicio de los que al final
ostentan el poder que debería ser soberano del pueblo. Y lo peor es que esta
manera de actuar ha saltado desde los sillones de los platós a los escaños del
Congreso. El espectáculo que hemos podido ver en el debate de investidura por
parte de Vox, PP y Ciudadanos ha sido de pesadilla.
Sé, mis queridos lectores y
lectoras, que no es la primera vez, ni la segunda, ni la tercera que señalo la
inmensa pobreza cultural que esta sociedad está sembrando por doquier,
consentida por quienes saben que una ciudadanía que no se cuestione, es una
sociedad que se manipula mejor. Así van floreciendo medios de “desinformación”
fundamentados en la mentira, los “fakes” y los bulos, aceptados por quienes ya
están domesticados, y asumen lo que venga de ellos como si fuera una verdad
incuestionable.
Es curioso porque estamos de acuerdo en el fondo pero no en las causas.
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