Escribo esta entrada con el eco de la campana llamando a misa de siete, el acontecimiento social más importante, después de la misa mayor.
Acabo de volver de dar un paseo, comenzado entre dos luces y ya de noche al llegar a casa, donde me recibe el olor y el calor de la leña ardiendo en la chimenea.
Me preparo un té y me siento al ordenador, esperando que la conexión wifi del móvil no me traicione y me permita escribir esta entrada completa.
¿Qué os cuento en esta tarde de otoño vestido de invierno? Si queréis os puedo hablar de la tranquilidad de los campos, esta mañana, cuando todavía blancos de escarcha, recorría los caminos linderos, junto al río. También os puedo describir el olor del pan, cociéndose en la tahona, junto con la perrunillas y los mantecados, que inundaba toda la calle, cuando fui a comprarlo. O quizá, mejor, os relato la conversación con el alcalde, sobre la fabricación de orujo, en la puerta de uno de los pocos bares que existen en este pequeño pueblo, en donde he venido a refugiarme de tanto quehacer cotidiano.
Lo que más me llama la atención y me seduce es la sucesión del tiempo en estos lugares. Parece, incluso físicamente, que corre más lento, más concienzudo, como si cada minuto se quedara un poquito en suspenso, aspirando la serenidad del ambiente. Es algo tangible, que se puede respirar, y a lo que te quedas por instantes enganchada.
Emana de la propia tierra la sensación de paz al recorrer los caminos vacíos, al contemplar los campos dormidos, abiertos en surcos, esperando que la primavera los preñe de semillas, que se elevaran como espigas hacia el cielo. Mientras reposan bajo el manto blanco del rocío helado.
Vuelvo a escuchar la campana, esta vez dando la media. Si me asomara, vería la torre de la iglesia, de románico tardío, con sus cuatro ojos numerados, iluminando la fuente y los cipreses de la plaza y el silencio de la noche.
Y con ese silencio os dejo, transformado en paz de espiritu, que quisiera poder guardar, como se almacena el más preciado elixir, para cuando tenga que volver al fárrago del día día.
Sed felices. Yo lo soy.
Acabo de volver de dar un paseo, comenzado entre dos luces y ya de noche al llegar a casa, donde me recibe el olor y el calor de la leña ardiendo en la chimenea.
Me preparo un té y me siento al ordenador, esperando que la conexión wifi del móvil no me traicione y me permita escribir esta entrada completa.
¿Qué os cuento en esta tarde de otoño vestido de invierno? Si queréis os puedo hablar de la tranquilidad de los campos, esta mañana, cuando todavía blancos de escarcha, recorría los caminos linderos, junto al río. También os puedo describir el olor del pan, cociéndose en la tahona, junto con la perrunillas y los mantecados, que inundaba toda la calle, cuando fui a comprarlo. O quizá, mejor, os relato la conversación con el alcalde, sobre la fabricación de orujo, en la puerta de uno de los pocos bares que existen en este pequeño pueblo, en donde he venido a refugiarme de tanto quehacer cotidiano.
Lo que más me llama la atención y me seduce es la sucesión del tiempo en estos lugares. Parece, incluso físicamente, que corre más lento, más concienzudo, como si cada minuto se quedara un poquito en suspenso, aspirando la serenidad del ambiente. Es algo tangible, que se puede respirar, y a lo que te quedas por instantes enganchada.
Emana de la propia tierra la sensación de paz al recorrer los caminos vacíos, al contemplar los campos dormidos, abiertos en surcos, esperando que la primavera los preñe de semillas, que se elevaran como espigas hacia el cielo. Mientras reposan bajo el manto blanco del rocío helado.
Vuelvo a escuchar la campana, esta vez dando la media. Si me asomara, vería la torre de la iglesia, de románico tardío, con sus cuatro ojos numerados, iluminando la fuente y los cipreses de la plaza y el silencio de la noche.
Y con ese silencio os dejo, transformado en paz de espiritu, que quisiera poder guardar, como se almacena el más preciado elixir, para cuando tenga que volver al fárrago del día día.
Sed felices. Yo lo soy.
El lunes cuando te incorpores al trabajo en una hora las pilas que has cargado, se van gastando a marchas forzadas
ResponderEliminarRespira hondo, expulsa despacio y déjate llevar, alimenta ese
ResponderEliminartu yo interior. porque ahora y solo ahora es cuando puedes hacerlo.
Un abrazo y que disfrutes de ti misma y tu soledad.
Qué razón tienes, Mary. Un beso.
ResponderEliminarGracias, Paco. Si, quiero absorber esa sensación reconfortante. Un abrazo
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