Hay días que me siento extraña entre conocidos y me siento acogida entre extraños. Es la sensación de ser tan rara como un perro verde.
Miro y remiro el entorno como si me hubieran cambiado el paisaje, y eso que los lugares y las personas me son del todo conocidas. Y entonces me pregunto: ¿seré yo, la que estoy sufriendo una mutación y cada vez entiendo menos a quienes, hasta hace poco, eran cercanos?
Porque en muchas ocasiones las obsesiones y preocupaciones reticentes, renuentes y sobre todo inoperantes que veo alrededor, me son completamente ajenas. Es más, me parecen tal pérdida de tiempo, que acaban por saturarme.
Día a día veo como muchos se desgastan en luchas para las que no tienen pertrechos o, lo que es peor, ni siquiera salen al campo de batalla, contentándose en otear el horizonte y pontificando, como si de su boca saliera palabra de Dios.Y no son pocos. Por eso empiezo a pensar que, como el del chiste, yo soy de las pocas que llevo el paso cambiado.
Y mientras, quizá en un acto de irresponsabilidad, no lo sé, yo sigo en mi microcosmos, en mis tareas y en mi vida cotidiana, procurando ofrecer mi mano a quien me lo solicita, pero parándome cada vez menos en lamentarme y en pensar que todo es gris y feo.
La vida es muy corta como para perderse en disquisiciones empíricas, en las cuales afloran más las teorías bibliográficas que la sinceridad de un actuar para cambiar.
Y al final, una termina juntándose con otros perros verdes que todavía creen que un verso, una palabra, una caricia, un paso hacia adelante, hace más que un montón de quejas.
Sed felices.
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