domingo, 20 de mayo de 2012

El mirlo blanco

Recuerdo que cuando era pequeña mi madre me cantaba una canción, "La infanta del reino de Canela", que era un cuento musicado. En él una infanta, cansada de oír a sus consejeros la conveniencia de casarse, pone como condición que sólo  lo hará con aquel que le traiga un mirlo de color blanco. Como todos sabemos, este color es extraordinario en esta clase de pájaros, que se caracteriza por su plumaje negro en su totalidad o en la mayoría de él. De esta manera, la infantita se aseguraba la casi imposibilidad de que algún pretendiente cumpliera el encargo.

Pero he aquí que un apuesto labrador se presenta ante la corte, que estaba reunida en el jardín, con un mirlo albo como la nieve, ante el asombro de propios y extraños. Así la infanta no tiene más remedio que entregarle la mano prometida. Entonces una inoportuna lluvia revela el secreto, el mirlo no es blanco sino negro, simplemente el campesino lo había pintado. Y aquí llegaba la parte más emocionante- y yo siempre  aguantaba la respiración- pues la infanta, desoyendo al Consejo,  no sólo no condena al campesino por engaño, sino que mantiene el compromiso, ya que el muchacho había demostrado que contra un imposible no cabe rendirse sino aguzar el ingenio.

Muchas veces, en la vida, nos parece que nos están pidiendo mirlos blancos que creemos inalcanzables y por ello renunciamos siquiera a su búsqueda y a lo que es nuestro sueño e ilusión. Pero quizá no nos damos cuenta que simplemente basta con dar otra vuelta de tuerca, con echar mano de las ideas y de tener la confianza en nosotros mismos en poder lograrlo.

Entonces nuestro mirlo negro se tornará blanco.

Sed felices.

1 comentario:

  1. ¡Olé tú! ¡Qué mirlo blanco tan negro y tan bonito! Contaba Rafael Sánchez Ferlosio un relato chino, cuyo autor no encontraba, sobre un emperador que sólo casaría a su hija con aquel cuyo rostro reflejara la santidad. Apareció en la corte un hombre que así se mostraba. Desposados, vivieron una vida feliz, plena. Y el hombre se guió con la misma santidad en que se iba afianzando su mirada. Pero, al fallecer, se procedió al ritual de embalsamar su cuerpo y descubrieron, con gran sorpresa, que su rostro era una careta. Al descubrir su verdadero rostro...un aura aún más limpia, neta, de santidad y belleza apareció. Es el camino y no la meta. "Fuera de aquí, esa es mi meta". Franz Kafka, La partida.

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