El paseo por la ribera del río, con el frío atenuado por un sol de invierno que relucía y transformaba la humedad en neblina, le resultaba placentero. Delante, con su trotecillo característico, su perrillo husmeaba a diestro y siniestro, intentando reconocer olores que, para un perro de ciudad, debían de ser todo un reto. Más allá, en un sembrado varios pájaros se afanaban por picotear quizá alguna lombriz o grano olvidado. El suelo crujía bajo sus botas y de vez en cuando, con la puntera, golpeaba alguna piedrecilla que resultaba una invitación a la carrera para su perro.
¿Cuántas veces había recorrido ese sendero? Incontables. Levantó la vista y diviso la torre de la iglesia con su reloj parado, a pesar de que sonaba el carillón. Oyó doce campanadas, ya era mediodía. Sus pensamientos volaban como los grajos que cruzaban ante sus ojos, rápidos y girando de vez en cuando en su propia trayectoria. Odiaba cuando entraba en esos pensamientos circulares, que iban y venían, subían y bajaban. Pero no podía remediar dar tantas y tantas vueltas. Como diría aquel, estaba en su naturaleza.
Hacer, no hacer, decir, callar.... Sintió frío en las manos y se las metió en el bolsillo. De repente por detrás escuchó una voz que pronunció su nombre. Se giró y vio su sonrisa, esa sonrisa que la acompañaba desde hacía tanto tiempo.
Le extendió su mano, sonriendo también, y cogió la suya. Su pensamiento volvió a levantar el vuelo, llevándola muy lejos, para retornar después....
¿Cuántas veces había recorrido ese sendero? Incontables. Levantó la vista y diviso la torre de la iglesia con su reloj parado, a pesar de que sonaba el carillón. Oyó doce campanadas, ya era mediodía. Sus pensamientos volaban como los grajos que cruzaban ante sus ojos, rápidos y girando de vez en cuando en su propia trayectoria. Odiaba cuando entraba en esos pensamientos circulares, que iban y venían, subían y bajaban. Pero no podía remediar dar tantas y tantas vueltas. Como diría aquel, estaba en su naturaleza.
Hacer, no hacer, decir, callar.... Sintió frío en las manos y se las metió en el bolsillo. De repente por detrás escuchó una voz que pronunció su nombre. Se giró y vio su sonrisa, esa sonrisa que la acompañaba desde hacía tanto tiempo.
Le extendió su mano, sonriendo también, y cogió la suya. Su pensamiento volvió a levantar el vuelo, llevándola muy lejos, para retornar después....
Me gusta mucho la fotografía y el tono poético de la entrada. Después de la contemplación de la belleza y de dejar abierta la puerta a los sentidos, retornar a lo diario; un buen consejo.
ResponderEliminarComo siempre un placer encontrar esa conexión sensitiva, José Luis. Un beso.
ResponderEliminar