Se le acababan las excusas aunque fuera un maestro en elaborarlas. Pero lo cierto era que cada vez el aprieto era mayor porque incluso en sus oídos empezaban a sonar chirriantes. No, no era fácil seguir nadando y guardando la ropa, pues las aguas cada vez se volvían más tempestuosas.
Ese día sabía que tendría que volver a enfrentarse por enésima vez a buscar una salida, aunque no fuera todo lo airosa posible, que siguiera dilatando una situación que, debía de reconocerlo, no llevaba a ninguna parte realmente .Pero él estaba cómodo. Tenía a su favor su capacidad de resistencia, fraguada en mil envites, que le permitía encarar a diario la realidad de la que a veces huía, pero que en fondo le sujetaba en una unión de conveniencia. Repasó mentalmente el esquema de la posible conversación, las preguntas y las respuestas, como en una partida de ajedrez, en un intento de anticipar los movimientos, a sabiendas que el contrincante era duro aunque sentimental, por lo que hasta ahora el mantenía la posición de ventaja en el tablero.Antes o después los argumentos saldrían a la palestra, las quejas, los reproches, pero que hasta ahora solo se quedaban en palabras.Y él, como siempre, tendría preparadas las excusas pertinentes que le permitiera otro aplazamiento de la partida. Un beso, una caricia y hasta otra.
Terminó de arreglarse y antes de coger las llaves del coche, fue a cerrar el ordenador. En la bandeja de entrada había un correo suyo. Había llegado hacía pocos minutos. Quizá decirle que se retrasaría. No había asunto.
Pinchó dos veces y lo abrió.
Una sola línea, en mayúsculas y en rojo, se venía a sus ojos como un grito: "Adiós, lo siento, no eres tú, soy yo". Lentamente se sentó en la silla, y volvió a leer.... Definitivamente le habían dado jaque mate con la más simple de las excusas.
Sed felices
Terminó de arreglarse y antes de coger las llaves del coche, fue a cerrar el ordenador. En la bandeja de entrada había un correo suyo. Había llegado hacía pocos minutos. Quizá decirle que se retrasaría. No había asunto.
Pinchó dos veces y lo abrió.
Una sola línea, en mayúsculas y en rojo, se venía a sus ojos como un grito: "Adiós, lo siento, no eres tú, soy yo". Lentamente se sentó en la silla, y volvió a leer.... Definitivamente le habían dado jaque mate con la más simple de las excusas.
Sed felices
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