Suena el despertador a las siete, y los ojos se le abren lentamente, sintiendo ya en la boca del estómago la desazón del nuevo día. Incapaz de saborear el café, lo ingiere del tirón, para empujar la magdalena que ya se le ha hecho una bola en la garganta.
Antes de salir por la puerta, se mira en el espejo del hall, contemplando las bolsas de los ojos y el rictus amargo de su boca, los hombros caídos, la mirada apagada....
Al salir a la calle es incapaz de apreciar el sol, que luce resplandeciente, a pesar de haber entrado ya el otoño, ni el frescor de la brisa, que le roza el rostro.
La angustia persiste y la intenta acallar con un cigarro, que apura nervioso antes de entrar en el metro.
Las estaciones se suceden en con el ritmo cotidiano, como es cotidiana la indiferencia con la que contempla todo lo que le rodea, ensimismado en su propia inercia.
Al llegar a la oficina, suelta el maletín en su mesa, enciende el ordenador y observa los informes que tiene que tramitar. Mira a su compañera, que le sonríe, y piensa en las razones pueden haber en una mañana de lunes para sentirse contento, cuando el único objetivo es que el tiempo pase deprisa y lleguen pronto las tres
Coge el primer expediente, y suspira diciéndose que la vida es un asco, sin saber que él ya está muerto.
Sed felices
Pues si se ha muerto que lo quiten de la oficina y pongan a otro que hay mucho parado.
ResponderEliminarMe ha gustado Elena pero me ha deprimido un poco, afortunadamente mañana ya es viernes.
La intención era un poco esa, transmitir la sensación de depresión de ese tipo de personas que, por desgracia, abundan a nuestro alrededor
ResponderEliminar