Cuantas veces hablamos para callar. Tapamos con sustantivos, adjetivos, verbos aquello que tememos decir o aquello que creemos que nuestro interlocutor tiene miedo de escuchar.
¿Por qué cuesta tanto decir aquello que queremos decir, aquello que nace de dentro y que se queda al otro lado de los dientes? Incluso tragamos saliva, en un intento de arrastren esas vocales, esas consonantes que deberíamos dejar fluir.
Palabras para no decir. Palabras que suenan a música, pero que detrás no esconden nada más que eso, estética. Palabras que se cuelgan de nuestros labios y vuelan y flotan como esas pelusillas de los molinillos, leves, suaves, que nos distraen del fondo de la cuestión. Palabras políticamente correctas que disfrazan de eufemismos aquello que no suena bien. Palabras de veinte sílabas para decir lo que diríamos en una. Palabras que rellenan un folio, para decir lo que cabe en una línea.....
Las palabras dan forma a nuestro pensamiento, dicen. Pero cuántas veces lo que hacen es disfrazar aquello que estamos pensando.
Palabras, en fin, para callar aquello que sentimos.
Sed felices
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