jueves, 30 de junio de 2011

Magnolio


Sus ramas se abren y abrazan el espacio en un intento de abarcar el aire que susurra entre ellas. Justo debajo de él hay un banco que se acoge a su sombra y la ofrece a paseantes y enamorados.
Mudo testigo de tantas cosas, igual que sus compañeros, fieles al paso de los años y generosos en ofrecer el dulce aroma a limón de sus flores.
Cuando era una niña fui muchas veces a esos jardines, los de Sabatini. No sé si entonces ese magnolio ya existía bajo la mirada vigilante del Palacio de Oriente. Quizá entre sus ramas esté el recuerdo de los juegos infantiles, de las tardes de otoño, del burro Perico dando vueltas con su carro lleno de niños.
Hoy he visto las calles, los sitios de mi infancia, pero con una mirada nueva y sintiendo nuevas sensaciones, como el magnolio ha ido renovando sus hojas y flores, pero siendo siempre el mismo.
Sed felices.

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