Me enseñaste que las anginas se curaban con besos y tebeos, que los sistemas de ecuaciones no eran tan fieros, que se tiene más cuanto más se da, que hay que perder batallas para ganar las guerras, que no importa cuanto caes si luego te levantas, que el que tiene un amigo tiene un tesoro, que la magia se encuentra en la punta de un lápiz, que todo se puede decir con una sonrisa, que el amor todo lo puede.
Me dejaste cuerda larga, pero siempre allí estabas para escucharme. Respetaste mis decisiones aunque te contrariaran. Me hiciste una mujer fuerte y segura.
Ahora que debo seguir andando, ya sin tu compañía, hago balance de todo lo que de ti he aprendido. Gracias, papá, por enseñarme a amar la vida.
Un fuerte abrazo. Qué suerte haber tenido un padre tan maravilloso. Ante el dolor no hay palabras, pero queda el amor.
ResponderEliminarGracias, Carlos. Un abraza
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ResponderEliminarYo tuve la enorme suerte de conocerlo.
ResponderEliminarQuerida Elena, en esa herencia de melancolía hay mucha gratitud y una dosis de poesía que hará más limpio el tiempo venidero. Ánimo para saber que no estás sola y fuerza para seguir dando la razón a cada uno de los consejos de tu padre.
ResponderEliminarContigo en los recuerdos. Contigo en las fotografías. Un abrazo lleno de cariño.
ResponderEliminarGracias Manuel, gracias José Luis, por vuestras cariñosas palabras. Un beso
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