Curiosamente antes de entrar al teatro, mientras cenábamos, y de la manera más absurda, había entrado en discusión con la pareja que nos acompañaba (sin razón por parte de ellos, dicho sea de paso). El mal humor planeaba sobre la cita y nos acompañó hasta la butaca del teatro, aunque la educación de todos, unos más que otros, procuraba disimularlo. Se apagaron las luces y empezó la función. Mi boca se fue extendiendo primero en sonrisa, para luego convertirse en carcajada. Y durante esas dos horas todos los malo rollos fueron desapareciendo.
Al salir del teatro, me sentía más ligera y reconciliada con la humanidad. ¡Qué bien se está cuando se está bien....!
Reivindico como sentido superior de la mujer y del hombre el sentido del humor, el único que da sentido a la existencia y es capaz de mostrarnos la cara más amable de la vida.
Sed, sed felices.....y reiros.
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