Los ojos cerrados, los labios murmurando un mantra, los músculos tensos, inicia la carrera y al llegar a la barra da un salto...y falla. Nadie se ha percatado, pero en el último centímetro sus piernas dudaron una milésima de segundo, como si se arrepintieran...Le faltó decisión y no consiguió su objetivo.
No hay nada peor a la hora de llevar a cabo un proyecto que la indecisión. Ocasiona un desgaste de energía absurdo, a más de producir en el equipo que acompaña el proyecto un absoluto descoloque. La falta de un criterio a seguir es lo más ansiógeno que existe: ahora por aquí, ahora por allí, entrando en un bucle de pérdida de tiempo.
Es necesario tomar conciencia de que es mejor reconocer una equivocación que arrepentirse de no habernos atrevido. Asumir los riesgos que conlleva la toma de decisiones es fundamental a la hora de plantear los proyectos de cualquier tipo, laborales o personales. Es muy habitual atribuir a la suerte el éxito de una persona, cuando la realidad es que ha sido capaz de medir los pasos, decidirse y dar el salto, sin vacilar, sin temer no llegar o fallar. Este juicio se suele dar sobre todo por parte de aquellos que, en nombre de la prudencia, nunca se atreven a dar el paso. Pero es falsa prudencia que esconde miedo: "De lo que tengo miedo es de tu miedo"..dijo William Shakespeare. Nada más cierto porque ese miedo ajeno a veces es la cadena que nos sujeta para no poder avanzar.
Seamos decididos. Y si nos equivocamos no pasa nada, al fin y al cabo rectificar es de sabios.
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