lunes, 23 de septiembre de 2013

¿Por qué no me gusta el fútbol?

Muchos, incluso  mi propia familia,  creen esta manía mía al fútbol  que se debe a una postura radical y absolutamente ilógica. Pero nada más lejos de la realidad: el fútbol me ha perseguido como Némesis durante toda mi infancia, en las que la tarde de los domingo eran sagradas y el humor de mi padre o de mi abuelo dependía en gran manera del resultado del partido. Luego, con tres hermanos varones, las charlas en la mesa siempre se referían al último partido, al último fichaje, a la última faena del árbitro. Con el paso del tiempo, la frecuencia de los partido fue aumentando y con ello la presencia en mi vida de ese deporte. De hecho, en la actualidad, cuando programo alguna actividad cultural, debo hacerlo con el calendario de partidos en la mano, para que no me coincida con algún partido trascendente. Incluso algunos los ponentes, sesudos intelectuales, tuercen el morro cuando piensan que se van a perder aunque sea el primer tiempo y se les ve inquietos mirando el reloj.

Con todos estos antecedentes, me dispongo a narrar el acontecimiento definitivo, el que hizo que mi tirría al fútbol sea similar a la de Viriato con los romanos y que sucedió un 29 de junio de 2008. En esa fecha celebraba yo mis bodas de plata, y para conmemorarlas disfrutábamos de un crucero desde el día 21 por el Mediterráneo. Esa noche era nuestra noche, en la que celebraba exactamente los 25 años de matrimonio, junto con mi marido y mis dos hijos. ¡Ah, hados infaustos! No conté con que  podía acontecer el suceso de los sucesos, que daría con todos mis planes al traste: España llegó a la final y, justo esa noche, se celebraba el partido definitivo.

Se modificaron los horarios de la cena para todo el pasaje. Mis hijos se fueron con unos amigos a ver el partido a la discoteca del barco y mi marido, con el que esperaba pasar una velada inolvidable, tomó cumplido asiento para no perderse ni un minuto: era  un partido histórico, algo así como la batalla de Trafalgar pero en pantalón corto.


Yo intenté sumarme a la fiesta, juro que lo intenté, pero no pude. Por dentro me embargaba la rabia de ver como todos mis planes se venían abajo por culpa de un partido de fútbol...

Esa noche, en la soledad de la cubierta del barco- todos estaban pegados a las pantallas de televisión-, mirando la oscura inmensidad del mar, en el que se reflejaba la luz de la luna,  juré que no dejaría pasar ni una oportunidad de criticar y sacar a colación mi animadversión. Sé, de antemano, que es una causa perdida, una pataleta, pero a mi me sirve de terapia para ir apagando el recuerdo de esa infausta noche.

¡Maldito sea el pulpo Paul y toda su calaña!.

Sed felices.

3 comentarios:

  1. Desde luego, es bochornoso. ¿No le diste a tu marido una colleja, o una patada en los cataplines, o algo por el estilo?
    A mí también me ha hartado el fútbol siempre, pero tengo una anécdota distinta. Hace ya unos cuantos años, los miembros del Aula de Literatura de la Casa de la Juventud de Pamplona dimos un recital para presentar el último revista, y resulta que coincidió con el partido del siglo, de esos que hay dos o tres cada año. Pues bien, el salón de actos se nos llenó.
    Creo que fue eso lo que me dio la idea para el primero de estos relatos:

    http://crisazama.blogspot.com.es/2013/08/minicuentos-ii.html

    Un saludo.

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  2. Vaya, releo el comentario que he deajdo esta mañana y veo que me he comido algunas palabras. Donde quería decir "el último número de nuestra revista" he puesto "el último revista", pero creo que no afecta mucho a la comprensión del texto. Estas prisas...
    Buenas noches.

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  3. Gracias a las musas, todavía hay quien prefiere la cultura al fútbol, Javier. Un saludo.

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