Sabía desde hace tiempo que esa relación no la llevaba a ninguna parte. Lo sabía, pero había algo en ese hombre que la atraía como la luz a la polilla.
Ella no era una novata en las lides amorosas, y seguramente podía contabilizar varias muescas en su culata, pero cuando le conoció sintió como si fuera un reto personal conquistarle.
Como una araña tejió a su alrededor una tela de seducción. No fue difícil, pues él era vanidoso, muy sensible a los halagos,sobre todo si venían de parte de una mujer atractiva, y para que negarlo, ella lo era. No obstante, quedó sorprendida de lo fácil que la resultó. Era como si tocara una sinfonía previamente escrita. A cada tecla que ella pulsaba, la respuesta era la esperada. Y él cayó en sus redes.
Los primeros tiempos fueron maravillosos, no cabe duda. Eran dos personas maduras, con experiencia e inteligentes, por lo que a la atracción física se sumaba una conexión intelectual que, en ocasiones les llevaba a interminables y eruditas conversaciones, trufadas de caricias y besos.
Pero poco a poco ella fue perdiendo el interés, sobre todo a medida que el de él aumentaba. Quizá era porque ya no había reto o quizá porque la cotidianeidad le presentaba a un hombre como los demás, una vez desprendido el barniz de la novedad, ya sin ningún misterio que añadiera valor a una situación conocida. Un buen día se descubrió pensando como deshacerse de él. No quería hacerle daño. Siempre se había portado con ella con consideración y sabía el mal rato que iba a pasar al tener que decirle que todo había terminado. En el fondo le importaba, pero la ilusión de los primeros días se había apagado y el fantasma de la rutina y el aburrimiento empezaba a tomar cuerpo. En sus dos últimas citas se había propuesto comentarlo y algo insinuó, pero viendo la falta de sospecha de él, le dio lástima y calló.
En fin, que la ilusión se fue apagando como una brasa bajo la lluvia, y la necesidad de romper esa relación se estaba haciendo más grande cada día.
Un sonido familiar la sacó de su ensimismamiento. Miró la barra de estado del ordenador y vio que él había entrado en el chat y le mandaba un mensaje. Las letras blancas se movían sobre el fondo azul, parpadeando. De pronto lo tuvo claro. Abrió la ventana, entró en su perfil y muy lentamente bajó el puntero hasta el final de la página.
Allí, esta vez con los colores inversos, letras azules sobre fondo blanco, aparecía la frase que solucionaría su problema:
Eliminar como amigo
Y muy lentamente, su dedo descendió sobre el botón izquierdo del ratón….
Sed felices
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