Se cumple el ritual de todas las mañanas, aunque haya cambiado el escenario. El olor del café impregna sus sentidos y, como siempre, se quema un poco la punta de los dedos al coger las tostadas. Duda en poner la radio, queriendo evitar , como en una elipsis obsesiva que no tiene principio ni fin, escuchar las noticias, siempre las mismas, aunque quieran hacer creer que cambian.
Por eso, para esquivar primas, riesgos y rescates busca una emisora con música. La voz de la locutora, dulce, acariciadora, la invita a escuchar la próxima canción, que reconoce inmediatamente. Inconscientemente, empieza a tararear y a moverse al ritmo de la música, mientras saca de la nevera la leche, el zumo, la mantequilla, los fiambres....
Una sonrisa acude a su cara al verse girando por la cocina con la taza de café en la mano.
De pronto se da cuenta de que está contenta, con esa alegría que a veces la inunda de dentro a fuera. Acaba la canción y se sienta a la mesa y comienza a desayunar.
No sabe como acabará el día, pero de momento, en esa mañana de verano algo ya ha habido para justificar vivirlo.
Porque sabe que la felicidad se cose con pequeñas puntadas de ilusión que pueden estar, simplemente, en un desayuno con música.
Sed felices.
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