Están en nuestro derredor, en nuestras manos, en nuestra boca, en el aire que respiramos. Son como francotiradores que esperan el momento más idóneo para encontrar cualquier oportunidad: un estornudo, un apretón de manos, un beso, y entrar en nuestro cuerpo, en el que se replicarán a la velocidad del rayo, con la intención de doblegarnos. Y en breves horas nos veremos poseídos por ellos, como si de los diablos de Belcebú se trataran. Algunos son conocidos, y nuestros leucocitos, caballeros de alba armadura, que defienden nuestro organismo, los reconocen, y rápidamente atacan hasta machacarlos. Pero lo hay más retorcidos, que engañan y se disfrazan para no ser reconocidos: las mutaciones, que hacen que nuestras defensas tengan que luchar hasta la extenuación.
Esta noche, con nocturnidad y alevosía he sufrido el ataque de uno de estos invisibles seres, el de la gastroenteritis, que me ha mantenido durante horas humillada, de rodillas y con la cabeza en el inodoro.
En fin, que aquí me tenéis, rodeada de mantitas, agua de limón, y desconsuelo. Menos mal que no hay mal que cien años dure.....
Sed felices
Buenos días Elena, espero que te recuperes pronto, en mi casa empezamos con los males de garganta, Joel y Fernando han sido los primeros, tocaremos madera para resistirnos, dentro de lo que podamos.
ResponderEliminarAbrazos.
Gracias, Jero. Esto parece que ya está más o menos, pero al final caímos los cuatro. Un beso para todos.
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