El móvil suena insistente. Abro el bolso y echo la mano al lugar donde lo suelo poner. ¡M...! Ahí no está. En su lugar encuentro dos bolígrafos, uno del banco y otro de una empresa que no reconozco, junto a un lápiz de labios color fresa que hacía meses buscaba. El ring, ring machaca mis oídos mientras mis dedos rebuscan nerviosos. En qué hora se me ocurriría comprarme un bolso tan grande. Toco la funda de dos pares de gafas, las de sol, que por cierto me quedan monísimas de la muerte y las de ver de cerca, pena de presbicia. Y nada. Parece mentira. Me paro en medio de la acera y determino apoyarme en el capó de un coche para buscarlo mejor. En ese momento el teléfono calla. Ha saltado el buzón de voz. No obstante, la curiosidad de saber quien me ha llamado hace que persista en mi búsqueda. Saco la agenda, un paquete de pañuelos de papel, las susodichas fundas de gafas, dos cartas del banco, las llaves del coche, las de mi casa y las de casa de mi madre, el monedero, los dos bolígrafos, un cepillito de pelo, que nunca sabe una cuando tiene que atusarse, el pintalabios fresa y otro de color pálido que he cogido esta mañana para repasarme si me hace falta, y una pasmina, que ya refresca por las mañanas....y por fin, en uno de los pliegues, aparece el dichoso móvil. Inicio el proceso contrario, de reubicar todo otra vez en el interior. Acabado de recolocar todo, miro de quien es la llamada perdida, al mismo tiempo que suelto un improperio. Mi compañía telefónica me informa que tengo mil minutos de llamadas gratis.....
Sed felices.
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