Veo en una red social una foto que
me conmueve: sobre unos palos en cruz, atados con unas cuerdas, los cadáveres
de unos gorilas, sacrificados para loa de unos bárbaros y cuyo aspecto antropomorfo hace todavía más trágica la escena. Esta fotografía a la
que me refiero venía con un texto explicativo: la matanza de animales para
convertir el Virunga en un gran pozo de petróleo. Terrible.

No obstante, después de
condolerme, como no podía ser menos, me pregunté: ¿qué tiene un gorila, una
foca o un delfín que no tenga un toro? Curiosamente, la persona que había
colgado esa foto no es un detractor, precisamente, de las corridas de toros.
Durante semanas el repugnante
tema del toro de la Vega ha recorrido como la pólvora- causa perdida de
antemano- los foros pidiendo que se aboliera una costumbre tan bárbara como es
la de perseguir y lancear a un pobre animal indefenso. ¿Indefenso? Sí,
indefenso, porque no es una lucha limpia e igual, aunque lo llamen torneo, en un afán de lavarle la sangre de la cara con un nombre medieval. Y para justificarlo he oído
de todo: tradición, belleza, mantenimiento de una raza… Nada que ver con la
realidad, que es la matanza de una animal como espectáculo. Mientras se nos
mueve el corazón con la imagen de apartadas tierras.
Aunque, no sé de qué me extraño.
Cotidianamente contemplamos como se nos encoge el ombligo, se nos saltan las lágrimas
escuchando y viendo testimonios de sufrimientos lejanos, mientras olvidamos
que la tristeza y la desesperación son vecinas nuestras y viven en la casa del al lado, en los soportales de nuestra plaza o duermen en un banco del parque cercano.
¿Tal vez el sufrimiento cotidiano es menos sufrimiento?
Sed felices.