Me duele un poco esta confesión, pero cada día que pasa la intransigencia hacia ciertas cuestiones y actitudes van situándose en mí en primer plano. Cada vez aguanto menos a quienes pudiendo renuncian a sacar partido de sus fortalezas, o a quienes alientan, hipócritamente, los valores inexistentes en otros, simplemente por intereses espúreos. Qué decir de los que "discursean" incoherentemente entre lo que dicen y lo que hacen.
Se me hace muy cuesta arriba la mediocridad alentada por más mediocridad en una sociedad a la que día a día se le hurta la capacidad de pensar, de decidir por sí misma, mientras se le muestra como imprescindible lo que no es otra cosa que alpiste intelectual. Baste un barrido por las cadenas de TV, salvo raras circunstancias, para entender el ejemplo.
Pensábamos que esta crisis sanitaria nos haría mejores personas, y, en mi opinión, no ha sido así, salvo, y vuelvo otra vez a la salvedad, excepciones individuales. Hace tiempo que digo que me encantan las personas, pero que la "gente", como grupo, me resulta cada vez más incomprensible.
Tal vez la cuestión, en mi caso, se reduce a ser intransigente con la propia intransigencia o la propia intolerancia. Quiero pensar que es es así, que sigo defendiéndome como gato panza arriba del discurso fácil del cortoplacismo y de la autocomplacencia.
Creo, que como todos vosotros, mis queridos lectores, hombres y mujeres de bien, lo sucedido en Afganistán estos días ha vuelto a ponernos delante de los ojos el horror y, al mismo tiempo, la decadencia de una sociedad occidental incapaz de ayudar de una manera real y práctica más allá de acciones puntuales. El fracaso de la vuelta de los talibanes nos lo demuestra. Veinte años convertidos en cenizas y lágrimas, abriendo de nuevo un tiempo de sufrimiento, sobre todo para las mujeres.
A veces, últimamente, me siento cansada, muy cansada, con la sensación de tirar de carros que apenas se mueven, encenagados en un barro de insolidaridad e inmadurez, donde importa más tomarse una cerveza que los fallecidos en las residencias de mayores; donde se vota a incompetentes simplemente porque dicen lo que queremos escuchar.
Tal vez sea el "síndrome post vacacional" o, y es lo más seguro, la constatación de que los seres humanos somos la única especie capaz de poner, un día y otro, las piedras en el camino para tropezar, y, luego, echar la culpa a las piedras.
Y eso, realmente, cada vez lo aguanto menos.
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