Tal vez, mis queridos lectores, este no sea un tema para una época estival, siempre más amable y distendida, pero la realidad se impone y tengo que decir que es abrumador la cantidad de mala gente que pulula en esta sociedad.
No tenemos más que fijarnos en los acontecimientos de Torre Pacheco, que no son más que una gota en ese océano en el que se alzan de nuevo voces, mensaje y actitudes que creíamos proscritas para siempre.
Tengo que confesar mi gran tristeza y decepción. Siempre pensé que los seres humanos, a parte del natural devenir de la vida de cada uno, debemos ser solidarios y ayudar a los más vulnerables, sobre todo aquellos que hemos tenido la fortuna de nacer, crecer y vivir en un entorno de oportunidades; sin embargo todos los días vemos ataques a aquel que es diferente porque es de otra nacionalidad, de otra orientación sexual, de otra ideología política, o, simplemente, porque es pobre.
Observo una crueldad y falta de empatía que desconocía más allá de lo leído o estudiado que sucedía en otras épocas o en otras culturas que siempre hemos tachado de más primitivas o de falta de valores sociales. Insultos, descalificaciones, mentiras son los argumentos de esa mala gente que odia todo lo que no sean ellos y su manera de pensar.
Se podría decir que este comportamiento responde a una honda frustración de ver que objetivos o anhelos incumplidos. Pero, en vez de pararse a analizar las causas y las posibles soluciones, es más fácil buscar chivos expiatorios que justifiquen su falta de progreso en el trabajo, su machismo amenazado, o su estatus clasista ocupado por advenedizos que no tienen pedigrí ni largos apellidos compuestos.
No creo que la Historia, con mayúscula, se repita: se repiten comportamientos adquiridos, aprendidos, y guardados en una memoria colectiva desde los albores de los tiempos. Es mucho más fácil ser mala gente que buena, basta con no pensar en el otro como en un igual, basta con considerarle una amenaza, basta con escuchar a quienes nos manipulan a su favor. Luego, tal vez, con confesarse, dos avemarías y un padrenuestro, listo.
Como diría el maestro Machado en su poema Soledades II:
Mala gente que camina
y va apestando la tierra…
Sed felices.