Hay un momento en el que parece que el tiempo se acaba. Son esos segundos en los que el avión coge velocidad para despegar, unos segundos que pueden tener para muchos el significado de eternidad y que hace que recuerden las oraciones que, quizá, olvidaron porque no las rezaban desde niños.El sonido de las ruedas contra el cemento de la pista cada vez es más potente te anuncia que el momento crucial está llegando, ese punto de no retorno en el que ya no hay vuelta atrás.
Entonces el traqueteo para y el avión se despega del suelo.
Se siente como el cuerpo es empujado hacia atrás, las manos se aferran a los brazos del asiento, si no se tiene la suerte de ir acompañado, porque entonces se buscarán otras manos.
El avión sube, sube, sube, para alcanzar la altura y la velocidad de crucero. Y, una vez más, se obra el milagro. El avión va adoptando la posición horizontal llevando en su vientre un pasaje de más de cien personas y yo vuelvo a pensar que es extraordinario que se mantenga en el aire, mientras estoy escribiendo estas reflexiones.
En una hora aterrizaremos en Madrid y este pequeño, o gran temor, habrá pasado, hasta el próximo vuelo, en el que , una vez más, desafiando la ley de gravedad, surquemos los cielos.
Sed felices.
Este pequeño relato fue escrito en mi viaje de vuelta de Torres Vedras, después de haber participado en el VII Encuentro de Presupuesto participativos.
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