Muchos escritores señalan lo complicado que es arrancar con una
novela, escribir esas primeras líneas que son la llave de la historia y que
deben, como un conjuro, encantar al lector para que no abandone el libro a las
primeras de cambio. Es el ya tan consabido miedo al folio en blanco.
En mi caso no es así. No niego que no encuentre alguna dificultad
en iniciar una narración, pero casi siempre consigo esas primeras palabras que
me permiten comenzar a caminar por la historia que quiero contar. En cambio,
creo que lo verdaderamente importante es el final, conseguir que la trama llegue a su meta de una manera coherente, sin que haya ningún conejo sacado de
la chistera a última hora, tras páginas
y páginas que engordan el libro pero adelgazan el interés..
Es posible que algunos, acostumbrados a novelas de setecientas,
ochocientas páginas, (lo que viene siendo hacerse un Ken Follet), una que no
llega a cuatrocientas les parezca que no da de sí todo lo que
pudiera. Pero no se trata de rellenar folios y folios sino de contar,
realmente, lo que se quiere contar.
No cabe duda de que cada maestrillo tiene su librillo a la hora de
planificar la escritura de una nueva obra. Yo nunca hago previamente un esquema
y casi siempre es la historia la que me va marcando las etapas; son los
personajes los que con sus actuaciones me van indicando cuando llega al cierre. No olvidemos que una novela es un universo vivo y que evoluciona a
lo largo de las páginas hasta llegar a su final. Aunque os parezca raro, no
siempre los autores tenemos absolutamente el control. Tal es así que en mi nueva novela, El huracán y el destino, que
verá la luz el próximo 4 de octubre, uno de esos personajes, cuya catadura moral
dejaba mucho que desear, se me volvió bueno para mi sorpresa. Fue así porque
era necesario para que ese cierre final quedara redondo.
Al fin y al cabo, los
escritores también debemos, esa es mi
opinión, dejar algún resquicio por el que quien lo desee pueda entrar a imaginar
que podría haber más allá de ese punto y final, que siempre queda en manos del
autor.
Sed felices
Así es. No hace mucho que me enjardiné en esto de escribir, y es asombroso descubrir como los personajes son los que, mágicamente, te marcan el camino cobrando voluntad propia. Muy de acuerdo con usted, Elena.
ResponderEliminarMe alegra la coincidencia. Por cierto, que expersión tna curiosa esa de enjardinarse.
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