Intenta controlar la rabia y la tristeza que la
invade, que la recorre la piel, como antaño la recorrieron sus manos.
En el horizonte
una línea de luz indica que se acerca el amanecer de un nuevo día, del día en
el que se separará definitivamente de Axel, el fuerte, el valiente, el mejor guerrero.
Axel, su amante, su amor, su dueño.
Ha de morderse la
lengua para no gritar de dolor. Al fin y al cabo ella no es la mujer legítima
sino una esclava, apresada en una de las numerosas incursiones que el clan
había llevado a cabo en su territorio.
Axel era uno de los lugartenientes de Ragnar Lodbrok, el
rey, quien había prometido la mano de su hija Sigrid al guerrero muerto.
Ella, de nombre Dalia, como la diosa protectora de su
tierra, era, tan solo, una princesa semigaliana, hija de un pueblo valiente que
había sufrido el ataque despiadado del `pueblo vikingo. Fue entregada por su
padre, el rey, como pago junto con varios tesoros a cambio de no arrasar su
territorio.
La primera noche de su cautiverio, en el drakkar que enfilaba la vuelta a tierras
escandinavas, fue llevada a la presencia del soberano vikingo.
La visión de Ragnar era imponente. Casi dos metros de
caudillo envuelto en las pieles de lobos y cuyo casco refulgía a la luz de las
antorchas. Dalia temblaba de frío y miedo. Sus dientes no podían parar de
castañetear.
Entonces uno de los guerreros dio un paso al frente y
despojándose de una piel de oso que llevaba en los hombros. cubrió el cuerpo de
la joven. Ella levantó los ojos tímidamente, agradecida al recibir el calor,
encontrando la mirada azul y franca del hombre.
—¡Bueno, bueno! —exclamó el rey con una carcajada—
.Parece que nuestra princesita ha conmovido al valiente Axel.
—Me ha conmovido su indefensión— contestó el guerrero
también con una sonrisa—. Parece un pequeño pájaro que ha caído de un nido
antes de saber volar.
Todos los guerreros se unieron a la risa, lo que
desconcertó a Dalia, que no entendía el idioma en el que hablaban. Pero
dejándose llevar por su intuición se arrimó un poco más a quien había sido tan
deferente con ella, tanto que pudo percibir su fuerte olor a azmicle y pieles
curtidas.
El rey replicó:
—Mira, Axel, el pajarillo parece haber encontrado un
nido. Bueno, pues sea. Tenía la intención de hacerla mi esclava, pero te la
regalo como pago a tus buenos servicios. Al fin y al cabo es la hija de un rey
y es tan valiosa como el oro.
Un griterío de protesta se elevó de las gargantas de
los demás vikingos. Dalia era un presente que no tenía precio, sobre todo para
hombres jóvenes deseosos de sexo.
Ragnar levantó una mano y al momento se hizo el
silencio.
—¡Es mi deseo y así se hará! Axel, llévatela a mi
aposento. Y que los dioses te concedan el gozo, nunca se sabe cuándo será la
próxima vez que esquivaremos a la muerte. Pero antes brindemos por nuestras
conquistas.
Otra vez el clamor se elevó junto con las copas
rebosantes de hidromiel al grito de los guerreros henchidos de orgullo por su
triunfo.
Tras el brindis, Dalia se dejó conducir por Axel hasta
el camarote del rey. Era una pequeña estancia sin amueblar, más allá de unas
pieles tendidas en el suelo. La luz de la luna se filtraba por un pequeño
respirador abierto en el casco. El resto de los guerreros dormían juntos en la bodega del barco.
Axel, con una delicadeza que parecía impropia en un
hombre curtido en cruentas batallas, despojó a Dalia de su capa de pieles,
quien sintió la fría brisa penetrar por sus ropas. Luego la cogió en sus
fuertes brazos y la depositó sobre las pieles del suelo mientras la murmuraba
palabras que no entendía pero que sonaban como las olas del mar que rompían
contra el barco.
Tumbados ambos, el hombre echó sobre los dos cuerpos,
nuevamente, la piel del oso. Bajo ella, Dalia notó como su mano fuerte y
callosa subía su vestido y se introducía entre sus piernas. El hombre aceleró
la respiración, mientras la joven notaba que su propia excitación iba en
aumento. En un momento la agitación de ambos se fundió en una cuando las bocas
de ambos se unieron. La mano de Axel ascendió y de un tirón rasgó la túnica de
Dalia, dejando los pechos al descubierto, entre los que el hombre enterró su
rostro.Dalia abrió las piernas y acercó el poderoso torso del guerrero,
indicándole que estaba preparada para ser suya.
Esa fue la primera noche, a la que siguieron otras
muchas.
Le dio dos hijos y años de pasión.
Hoy le despide en su camino hacia el más allá guiado
por las valquirias, a donde le esperan aquellos guerreros que le precedieron y
en donde aguardará la llegada del Ragnarök,
la batalla del fin del mundo.
La nave con el cuerpo de Axel se interna en la mar,
incendiada por las antorchas, camino de ese último viaje. El resplandor del
amanecer se funde con el rojo de las llamas en el primer día del verano..
Esa noche en el salón de los escudos las copas
rebosantes de hidromiel se volverán a elevar en memoria del vikingo, que ya
habrá llegado al Valhalla, al seno de Odín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario