domingo, 1 de julio de 2018

Relatos del verano : Valhalla



El humo de la pira ciega sus ojos ya cegados por las lágrimas.
            Intenta  controlar la rabia y la tristeza que la invade, que la recorre la piel, como antaño la recorrieron sus manos.
            En el horizonte una línea de luz indica que se acerca el amanecer de un nuevo día, del día en el que se separará definitivamente de Axel, el fuerte, el valiente, el mejor guerrero. Axel, su amante, su amor, su dueño.
            Ha de morderse la lengua para no gritar de dolor. Al fin y al cabo ella no es la mujer legítima sino una esclava, apresada en una de las numerosas incursiones que el clan había llevado a cabo en su territorio.
Axel era uno de los lugartenientes de Ragnar Lodbrok, el rey, quien había prometido la mano de su hija Sigrid al guerrero muerto.
Ella, de nombre Dalia, como la diosa protectora de su tierra, era, tan solo, una princesa semigaliana, hija de un pueblo valiente que había sufrido el ataque despiadado del `pueblo vikingo. Fue entregada por su padre, el rey, como pago junto con varios tesoros a cambio de no arrasar su territorio.
La primera noche de su cautiverio, en  el drakkar que enfilaba la vuelta a tierras escandinavas, fue llevada a la presencia del soberano vikingo.
La visión de Ragnar era imponente. Casi dos metros de caudillo envuelto en las pieles de lobos y cuyo casco refulgía a la luz de las antorchas. Dalia temblaba de frío y miedo. Sus dientes no podían parar de castañetear.
Entonces uno de los guerreros dio un paso al frente y despojándose de una piel de oso que llevaba en los hombros. cubrió el cuerpo de la joven. Ella levantó los ojos tímidamente, agradecida al recibir el calor, encontrando la mirada azul y franca del hombre.
—¡Bueno, bueno! —exclamó el rey con una carcajada— .Parece que nuestra princesita ha conmovido al valiente Axel.
—Me ha conmovido su  indefensión— contestó el guerrero también con una sonrisa—. Parece un pequeño pájaro que ha caído de un nido antes de saber volar.
Todos los guerreros se unieron a la risa, lo que desconcertó a Dalia, que no entendía el idioma en el que hablaban. Pero dejándose llevar por su intuición se arrimó un poco más a quien había sido tan deferente con ella, tanto que pudo percibir su fuerte olor a azmicle y pieles curtidas.
El rey replicó:
—Mira, Axel, el pajarillo parece haber encontrado un nido. Bueno, pues sea. Tenía la intención de hacerla mi esclava, pero te la regalo como pago a tus buenos servicios. Al fin y al cabo es la hija de un rey y es tan valiosa como el oro.
Un griterío de protesta se elevó de las gargantas de los demás vikingos. Dalia era un presente que no tenía precio, sobre todo para hombres jóvenes deseosos de sexo.
Ragnar levantó una mano y al momento se hizo el silencio.
—¡Es mi deseo y así se hará! Axel, llévatela a mi aposento. Y que los dioses te concedan el gozo, nunca se sabe cuándo será la próxima vez que esquivaremos a la muerte. Pero antes brindemos por nuestras conquistas.
Otra vez el clamor se elevó junto con las copas rebosantes de hidromiel al grito de los guerreros henchidos de orgullo por su triunfo.
Tras el brindis, Dalia se dejó conducir por Axel hasta el camarote del rey. Era una pequeña estancia sin amueblar, más allá de unas pieles tendidas en el suelo. La luz de la luna se filtraba por un pequeño respirador abierto en el casco. El resto de los guerreros dormían juntos en  la bodega del barco.
Axel, con una delicadeza que parecía impropia en un hombre curtido en cruentas batallas, despojó a Dalia de su capa de pieles, quien sintió la fría brisa penetrar por sus ropas. Luego la cogió en sus fuertes brazos y la depositó sobre las pieles del suelo mientras la murmuraba palabras que no entendía pero que sonaban como las olas del mar que rompían contra el barco.
Tumbados ambos, el hombre echó sobre los dos cuerpos, nuevamente, la piel del oso. Bajo ella, Dalia notó como su mano fuerte y callosa subía su vestido y se introducía entre sus piernas. El hombre aceleró la respiración, mientras la joven notaba que su propia excitación iba en aumento. En un momento la agitación de ambos se fundió en una cuando las bocas de ambos se unieron. La mano de Axel ascendió y de un tirón rasgó la túnica de Dalia, dejando los pechos al descubierto, entre los que el hombre enterró su rostro.Dalia abrió las piernas y acercó el poderoso torso del guerrero, indicándole que estaba preparada para ser suya.
Esa fue la primera noche, a la que siguieron otras muchas.
Le dio dos hijos y años de pasión.
Hoy le despide en su camino hacia el más allá guiado por las valquirias, a donde le esperan aquellos guerreros que le precedieron y en donde aguardará la llegada del Ragnarök, la batalla del fin del mundo.
La nave con el cuerpo de Axel se interna en la mar, incendiada por las antorchas, camino de ese último viaje. El resplandor del amanecer se funde con el rojo de las llamas en el primer día del verano..
Esa noche en el salón de los escudos las copas rebosantes de hidromiel se volverán a elevar en memoria del vikingo, que ya habrá llegado al Valhalla,  al seno de Odín.

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