Decía Larra que escribir en España era llorar. En estos momentos no solo escribir, sino defender unos principios que nos hace humanos, defender la verdad que nos permite convivir, defender la empatía con el otro, en ocasiones hace que, aunque sea de una manera simbólica, se te salten las lágrimas.
Quiero ser optimista y pensar que de esta triste experiencia podremos encontrar una solución que frene, de una vez por todas, esta ola que lame las playas de los derechos sociales, que podemos perder si no somos capaces los progresistas de hacer una barrera democrática y obligar a quienes quieren acabar con el estado social a moderarse.
La democracia es como un diamante, dura y frágil al mismo tiempo. Un arma que en buenas manos es capaz de hacer progresar a los pueblos, pero que también permite que en su nombre o que desde su tribuna se insulte y se lancen falsedades, o que se falte al honor en conciliábulos callejeros, aunque no se debiera consentir, ni siquiera en aras de la tan traída y lleva libertad de expresión.
Ahora, más que nunca necesitamos que la sociedad civil tome protagonismo, siendo el caldo de cultivo de donde han de emerger de nuevo los valores del consenso y del pacto social. Dejar al albur de los que suceda cada cuatro años conlleva un alto riesgo, véase el ejemplo de lo que está sucediendo, sobre todo en torno a los colectivos vulnerables.
Nunca fue más difícil que ahora ser fieles a esos valores y principios, pero si no los defendemos nosotros, los que creemos en ellos como camino de vida, ¿quién queda?
Sed felices.
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