Mes por antonomasía de las vacaciones, sobre todo de los "curritos". El éxodo hacia las playas, la montaña o el pueblo de origen llenaba las carretera de automóviles cargados hasta los topes, porvocando unas caravanas de salida interminables. De fondo la cantinela infantil del "¿Cuándo llegamos?".
Pero este agosto es menos agosto. Le ha cortado las alas un microscópico ser que ha invadido de la manera más atroz nuestro día a día como si de un desembarco alienígena se tratara. Ha torpedeado nuestra salud, nuestra economía y obligado a cambiar muchas de nuestras costumbres.
No obstante, hoy, primero de agosto, sigue guardando ese día inagural del mes del relax y del descanso, aunque sea tras la muralla de tela o celulosa de la mascarilla. Hay gente en la playa, a dos metros. Hay gente tomando paellas, máximo diez, por mesa. Hay gente capaz de sobreponerse al miedo propio y ajeno para hacer de lo poco normal la normalidad. Es un reto colectivo al que no podemos dar la espalda. Un día ganado al coronavirus es un día rescatado a recuperar nuestra vida, esa vida que se vió confinada un 15 de marzo, cuando asomaba ya la primavera.
Por muy duro que fuera el confinamiento, la prueba de nuestra solidaridad es ahora, cuando podemos demostrar que nos interesa más el bien colectivo que pasar un buen rato transgrediendo las normas. Nunca como ahora nuestras decisiones tienen consecuencias para todos y todas.
Por delante un mes de luz, de calor, de descanso. Para unos de días o de semanas; para todos poder demostrar que somos capaces de superar la necesidad de un capricho por la responsabilidad como ciudadanía.
Seamos solidarios, seamos responsables. Habrá otros veranos, seguro, para recordar ya sin mascarillas ni restricciones, que entre todos superamos a este virus que intentó, pero no consiguió, acabar con nuestra esperanza.
¡Sed felices!
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