Soy mucho de creer en la causalidad, pero también en la casualidad. Algo de eso tiene que ser cuando en los mismos días comienzo un nuevo montaje con mi grupo de teatro Unicornio, Las brujas de Salem, y recibo la noticia del veto de los regidores de la Cooperativa Covibar, respecto a poder seguir llevando a cabo proyectos, presentaciones, y otros eventos en el Centro Social de Covibar, mi "casa cultural" desde hace décadas.
En la lectura de mesa del nuevo texto teatral de Unicornio se fueron desgranando personajes cuyo retrato no se aleja de muchos de los que conozco: personas ignorantes unas, interesados otros , que usan el poder y la mentira para llevar a cabo sus fines torticeros.
Las brujas de Salem es una crítica de su autor, Arthur Miller, partir de los hechos que rodearon los juicios de brujas de Salem, Massachusetts, en 1692. El autor escribió una alegoría de la fiebre persecutoria y represión macartista de los años 50, en la que se vieron sometidos personas de la cultura , de los que sospechaba afines al comunismo.
Lo peor de estas actitudes no es quien lo lleva a cabo, sino la desidia y la permisividad que aquellos que viéndolo injusto, dejan que personas buenas y justas sufran una persecución o un castigo que no se merecen.
No me voy a comparar a los damnificados por el macartismo, pero sí que hay un parangón en la falta de empatía, de decencia y en el exceso y abuso de poder, un poder que se concede a los mediocres, o que se obtiene por medios muy retorcidos, con nocturnidad y alevosía, o aprovechando el confinamiento por una pandemia mundial.
En Salem, en 1692 ahorcaron a una importante cantidad de inocente. Ahora la soga son las mentiras, los abusos y la injusticia.
El macartismo cayó, siempre termina cayendo aquello que se lleva a cabo con fines espúreos, aunque haya de pasar tiempo, pero mientras, ¡Dios nos libre de los mediocres vengativos con una pizca de poder!
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