domingo, 1 de noviembre de 2020

Soneto para un 1 de noviembre con permiso de Bécquer y Espronceda

Este título tan largo no es más que una justificación y una mención a dos de mis autores favoritos del Romanticismo español y que a mí, particularmente, me seducen poderosamente.

Me gusta la noche, me gusta la luna, me gustan las tormentas (siempre que esté al resguardo). Desde muy pequeña me atrajeron los relatos del espíritus, del más allá.  Soy de grandes pasiones y, a veces de importantes melancolías... Necesito sentir el pulso de sentirme persistentemente enamorada.

Es decir que soy una romántica emperdernida, pero muy alejada de las historias melífluas, de amores empalagosos. Romántica hasta los tuétanos, pero a la manera de aquellos escritores y poetas que se expresaban con libertad, que adoraban la naturaleza y se entregaban a ojos cerrados a la imaginación. 

Por eso hoy, Día de Todos los Santos, me permito recuperar este soneto escrito hace algunos años, y pido disculpas de antemano a aquellos grandes que admiro por esta osadía de querer rozarles con la punta de los dedos.

ADIÓS

El rostro de negros tules cubierto
como negras también las vestiduras.
En el cielo unas nubes tan oscuras
presagian el aguacero como cierto.

El muro presenta el nicho abierto,
triste imagen que la oración conjura
rezada con murmullos y premura
por deber, sin orden ni concierto.

Ya la viuda doblada la cintura
llora ante aquel que yace muerto,
y acaricia la madera con dulzura.

El aire sopla, como la Parca, yerto.
La soledad será ya su clausura,
recuerdo, ceniza en un desierto.

 

(c) Elena Muñoz. Reservados todos los derechos.

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