domingo, 8 de noviembre de 2020

TEATRO

 Ayer, después de nueve meses volví a pisar escena. Fue como encontrarme de nuevo con un íntimo amigo, con un cómplice, o con un amante que durante hora y media es tu mundo. Apenas treinta personas en el patio de butacas, pero para las actrices y los actores representaban mucho,  representaban todo. 

Durante estos meses hemos tenido que renunciar a lo que era nuestro mundo cotidiano, a nuestras rutinas, a lo que parecía lo más habitual, para transformarlo en un acto de ciudadanía responsable. Tanto en el día a día como en esas otras actividades que aún se hacen con cuentagotas.

A pesar de las paranoias de Ayuso, no hay ninguna conspiración que nos lleve hacia un estado totalitario, sino la lucha contra una pandemia (qué pereza tener que reptirlo una vez y otra), cuya solución, antes de que llegue la vacuna es cumplir con lo establecido. La función de ayer fue una muestra. Mientras no hacíamos nuestra escena (la obra lo permitía) nos manteníamos con la mascarilla puesta, mascarilla encargada a juego con el vestuario. Era molesta, sin duda, con el calor de los focos, pero era, también lo que debíamos hacer. Ya, al llegar, nos tomamos todos la temperatura.

Ya lo he reptido mil y una vez. Todos estamos cansados, muy cansados, es cierto, pero de nuestra capacidad de resistencia dependen muchas cosas, `muchas personas... Todo un país.

La función ayer en San Blas es la muestra de que, sin recuperar del todo esa vida nuestra anterior, podemos abrir ese pequeño rincón para volver a hacer aquello que nos gusta, sin poner en riesgo a los demás. Al contrario que en el teatro, el Covid no es ficción,  ni desaparecerá al bajar el telón.

Sed felices.

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