domingo, 22 de noviembre de 2020

Egoísmo poético

Hablemos de poesía.  ¡Ah! Pero si la poesía no vende, no se lee… Y esto… ¿Por qué?

  Si  fuera capaz de contestar a ese interrogante poetas y editores ya me habrían hecho rica, pagándome sustanciosas cantidades de dinero para que revelara la respuesta a esta constante pregunta. Obviamente no tengo la fórmula magistral pero creo, que como en tantas cosas, existe una pésima pedagogía frente a la lectura de poemas, culpa a veces de algunos poetas que se sienten dichosos de formar parte de una élite de malditos. 

Es curioso constatar como  en las edades más tempranas son muchos los adolescentes que vuelcan toda su sensibilidad acrecentada hormonalmente escribiendo poemas, que en la mayoría de los casos no son más que ripios. No obstante consiguen el resultado de paliar esos males de amores que hace que se desangren en romanticismo.

Pero poco a poco, con el pasar del tiempo, esa cercanía a la poesía se va convirtiendo en distancia y aquellos que permanecen en ese afán de querer convertir sus palabras en lírica van siendo los menos, pasando al club de la minoría. La poesía no se entiende, dicen algunos. La poesía es para cuatro frikis, dicen otros… El caso que los unos por los ajenos, la casa sin barrer.

Siempre me he considerado narradora, una buena narradora en opinión de algunos. Por eso cuando empecé a escribir poesía, hace unos cinco años, fui la primera que me deje llevar por una especie de asombro y entonces me hice la segunda pregunta del millón : ¿por qué escribir poesía? A pesar de que podría haber varias respuestas,  las resumiría en dos: para poder expresar las emociones y para comprender  cuál es el resultado en mí de esas emociones.

El acto de escribir poesía es egoísta, el la supremacía del YO. No existe entrega al lector, como en la narrativa, de una historia. En un poema se vierten las emociones para poder sentirlas, tocarlas, olerlas, y volverlas a hacer mías. Es el refugio que nos aisla del mundo, pero, a la vez , nos ayuda a entenderlo a través de la visión que de él procesamos en nuestros versos.

Entonces, ¿cuál es el milagro de la poesía? Pues que en ese proceso egocéntrico, repito, cuando los versos se trasladan al libro o la rapsodia en un recital y, por no sé sabe qué causalidad, llegan al centro del que lo lee o escucha se produce una sinapsis, como la de las neuronas cerebrales, pero en este caso emocional. Algo parecido a la colisión de dos planetas, que forman la razón de ser del poema. Y ya no es mío, sino de los demás, creando más egos poéticos.

Queridos lectores: sed egoístas y leed poesía. Daros ese gustazo, vivir ese placer; paladead las palabras, degustad las imágenes, miraros vuestro ombligo literario. Pensad en el gran Bécquer cuando dijo que “podrá no haber poetas, pero siempre habrá  poesía”.

 

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