En mi época (qué tipica expresión que suele indicar que ya una tiene sus añitos), a casi todas las niñas nos bautizaban con el nombre elegido por nuestros progenitores, abuelos o padrinos (en estos dos últimos casos solían coincidir) precedido del María. La invocación del nombre de la Virgen era, creo yo, obligatoria para blindar una vida en la que se ahuyentara la tentación de esa nueva cristiana.
Pues bien, yo no soy una excepción. Mi nombre es María Elena, aunque desde los seis años para quienes no formaban parte de mi núcleo familiar soy Elena. Y, curiosamente, quienes me quitaron el María fueron las monjas en el colegio al que fui cuando volví de Soria. No se sabe por qué extraño ensalmo el primero de mis nombre desapareció de las listas y pase a ser simplemente, como antes he señalado Elena Muñoz, eso sí, sin "H", ya que la letra muda como inicial hubiera parecido algo pagana entonces. Ese hecho me importó muy poco porque de nunca me gustó en exceso mi nombre, me parecía un poco largo y algo cursi. La verdad es que nunca estuve destinada a él, azares del destino hicieron que finalmente me llamaran así... Pero eso es otra historia.No sé si estas dos maneras de nombrarme tiene algo que ver con esta especie de dualidad con la que a lo largo de mi vida me he sentido: por una parte formal y racional, por otra transgresora. De hecho, mis obras literarias, mis libro acogen como nombre de autoría Elena. Por ello, tal vez por apearme del María, escudo exorcizante, la tentación ha sido en ocasiones absolutamente inevitable, teniendo que acudir al remedio que Oscar Wilde propuso de caer en ella.
Al cabo de los años, y cuando me encuentro en la situación de asumir las responsabilidades de una concejalía de gobierno vuelvo a ser María Elena. Las administraciones me exigen que firme y rubrique los decretos, las propuestas, las providencias con el nombre que aparece en el DNI, el auténtico. A parte de esto pocas personas quedan que me llamen María Elena, solo mis hermanos, y, de vez en cuando alguna cuñada... Para todos los demás el María no existe. Mis nietos me llaman abuela Elena.
En fin, mis queridos lectores, quizá este post os parezca de interés mínimo, pero trata de esas pequeñas circunstancias que en ocasiones hacen reflexionar sobre algo tan posiblemente trivial en torno a cómo te llaman o te llamas, que en mi caso ha fluído a lo largo de mi vida y es ahora cuando se cierra el círculo.
Sed felices...
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