Mucho se habla del sentido común, del sentido del humor, pero poco de otro sentido que, cuando alguien no lo posee, se convierte en una china en el zapato para muchos.
Me refiero al sentido de la oportunidad, esa capacidad de decir en cada momento lo que viene a cuento, en forma y tiempo, como una flecha da en la diana exacta. En cambio, cuando se carece de él, la situación puede transformarse en algo violento, eso sí, siempre hacia otros, pues el sujeto inoportuno, o impertinente, carece también de la capacidad de percibir su propia actitud. Vamos, en resumidas cuentas, son los que llamamos metepatas: esos que hablan de la buena cara del fallecido en un velatorio, de lo feo que es un lugar delante de alguien que tiene una casa en ese sitio, o de lo mortal que es una gripe cuando va a visitar a un enfermo que la padece, y además lo hacen sin rubor y con insistencia.
Situaciones tales como la que se me planteó ayer, cuando, con toda la ilusión, regalé un ejemplar de mi novela, Como el viento en la espalda, a una persona cercana de mi entorno. La primera reacción fue preguntarme si ya estaba en internet- es de esas que se vanagloria de descargarse cuatro mil títulos, que ni viviendo mil vidas podría leerlos-, pues en su opinión es donde se ve la verdadera aceptación de una obra, cuantificando cuantas descargas "ilegales" tiene una novela. ¿Qué hacer? Decirla realmente lo que pugna por salir de los labios, acompañado por un exabrupto u optar por moderte la lengua...
No paró ahí. Ante mi defensa en contra de la piratería, que es un delito contra la creación intelectual de todas todas, ya que sustrae de manera vil los derechos a aquellos que crean y gestionan una obra literaria, me contesta que ya quisiera yo que me piratearan mucho, pues eso querría decir que soy una autora de gran aceptación, ya que los grandes best seller, antes incluso de estar en las librerías, ya están "machacados" en la Red, tras lo que volvió a la carga, relatando la cantidad de nuevos títulos que tenía almacenados.
Y yo lo único que había hecho era regalarle mi libro...
Sed felices.
Me refiero al sentido de la oportunidad, esa capacidad de decir en cada momento lo que viene a cuento, en forma y tiempo, como una flecha da en la diana exacta. En cambio, cuando se carece de él, la situación puede transformarse en algo violento, eso sí, siempre hacia otros, pues el sujeto inoportuno, o impertinente, carece también de la capacidad de percibir su propia actitud. Vamos, en resumidas cuentas, son los que llamamos metepatas: esos que hablan de la buena cara del fallecido en un velatorio, de lo feo que es un lugar delante de alguien que tiene una casa en ese sitio, o de lo mortal que es una gripe cuando va a visitar a un enfermo que la padece, y además lo hacen sin rubor y con insistencia.
Situaciones tales como la que se me planteó ayer, cuando, con toda la ilusión, regalé un ejemplar de mi novela, Como el viento en la espalda, a una persona cercana de mi entorno. La primera reacción fue preguntarme si ya estaba en internet- es de esas que se vanagloria de descargarse cuatro mil títulos, que ni viviendo mil vidas podría leerlos-, pues en su opinión es donde se ve la verdadera aceptación de una obra, cuantificando cuantas descargas "ilegales" tiene una novela. ¿Qué hacer? Decirla realmente lo que pugna por salir de los labios, acompañado por un exabrupto u optar por moderte la lengua...
No paró ahí. Ante mi defensa en contra de la piratería, que es un delito contra la creación intelectual de todas todas, ya que sustrae de manera vil los derechos a aquellos que crean y gestionan una obra literaria, me contesta que ya quisiera yo que me piratearan mucho, pues eso querría decir que soy una autora de gran aceptación, ya que los grandes best seller, antes incluso de estar en las librerías, ya están "machacados" en la Red, tras lo que volvió a la carga, relatando la cantidad de nuevos títulos que tenía almacenados.
Y yo lo único que había hecho era regalarle mi libro...
Sed felices.
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