Este año será totalmente diferente. No estaré con mis hijos, ni con mis nietos, ni con mis hermanos. Cada uno estará en su casa. Unos porque han recibido la desagradable visita del coronavirus. Otros, como es en nuestro caso, por prevención.
A pesar de ello quiero que no pase sin pena ni gloria. Quiero, precisamente porque esta Noche vieja viene teñida de tristeza y frustración hacerla lo más tradicionalmente posible. El menú está elegido, y dentro de poco encenderé el horno para el plato principal y comenzaré a preparar los entrantes. Antes de dar las campanadas nos conectaremos por Internet con mis hijos y nietos para comer las uvas juntos y desearnos un feliz año.
Lo haremos con toda la fuerza que en cualquier circunstancia acompaña a la necesidad de olvidar lo amargo para disfrutar, aunque sea de una manera más pequeña o diferente, de aquello que se hace con amor. La distancia nada tiene que ver con el olvido. Conmigo estarán también aquellos que, ojala pudiera, no pueden ya hacerse presentes nada más que con el recuerdo, pero estarán.
Todos los días, todas las noches, y la de hoy no va a ser una excepción, persisto en la tarea de entender esta vida que nos coloca tantos óbices, pero que es la que tenemos aunque nos ponga a prueba y nos obligue una noche como esta a brindar por 2022 cada uno desde su casa.
Feliz año, mis queridos lectores, feliz año. Os deseo que el tránsito se un año a otro sea todo lo feliz que os sea posible. Cuidaos mucho.
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