Ha pasado casi un mes desde mi última entrada en este blog. Es curioso que cada vez voy espaciando más la escritura en este medio que durante más de 11 años ha sido una señal de mi vida personal y literaria. Sin embargo, poco a poco, me voy dando cuenta de que , a pesar de las cuestiones que me suceden son muchas, lo que me rodea se me está convirtiendo en algo poco inspirador de una manera postiva.
Supongo que la pandemia me está ya pasando factura, aunque ya veamos un poco el final. Es algo habitual en mí mantenerme en las situaciones difíciles y cuando estas van pasando empezar a notar el cansancio cuando va bajando el estrés. Eso es concretamente: estoy muy cansada...
Dicen los ingleses que cada uno tenemos un armario lleno de esqueletos, en referencia a esa parte que ocultamos al mundo, a los secretos que guarda nuestro corazón. En mi caso son pocos, mi vida ha sido y es transparente (o casi), pero sí hay una parte de mí, sobre todo la de las emociones, que a veces me cuesta compartir.
Me enseñaron a no rendirme ante las dificultades y, sobre todo, a no mostrar signos de debilidad; me enseñaron a levantarme cada vez que me caía, sin pedir ayuda, solo por mi fuerza de voluntad. me enseñaron a que nadie tiene el derecho a no ser libre.
Pero no me dijeron que hubiera quien no tuviera reparos en ser débil, porque sacaría la fuerza de mí; no me dijeron que habría quien se apoyaría en mí para levantarse, aunque yo estuviera en el suelo; no me dijeron que por mi libertad tendría que pagar con la incomprensión. No, no me lo dijeron, y cuando lo he descubierto ya es tarde...
Es verano, la estación del asueto y la diversión, sin duda la más esperada. En mi caso un tiempo más para seguir pensando hasta cuando dejaré esos esqueletos en el armario que sin ser míos empiezan a no caber. Quizá es tiempo de cambio, y de no callar...
Sed felices.
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