Hoy, mis queridos lectores, os escribo desde mi adorada Denia, mi tercera patria (las otras son Madrid, donde nací, y Rivas, en donde soy).
Vuelvo de mi paseo matinal, aprovechando que todavía no hace demasiado calor. Me encanta pasear por el interior, por la zona de huertas y naranjos, como si pudiera recorrer los paisajes de una novela de Blasco Ibáñez. Son momentos en los que en soledad me encuentro agusto, porque me encuentro conmigo misma, más allá de lo cotidiano, de lo mísero, de lo convencional, y dejo que mi pensamiento vuele, más allá de las cumbres del Montgó, hacia el mar...
Nos empeñamos en medir la existencia en fracciones horarias, o días de la semana, meses o años, y, sin embargo, yo hace tiempo que lo mido en momentos que forman esos pespuntes con los que he ido cosiendo mi vida. A estas alturas son ya muchos los que se acumulan, unos relacionados con mi infancia, otros apenas nacidos, pero todos esos momentos han hecho que sea la que soy, con mis virtudes (pocas) y mis defectos ( a veces demasiados).Aquí, junto al mar,, entre naranjos esos momentos adquieren la grandeza de lo que me apasiona: abrir los ojos y encontrarte con la belleza del horizonte en el que se ierguen, soberbias, las palmeras, o la puesta del sol en un estruendoso silencio, y, naturalmente, el mar, siempre.
Esta tarde regresaré tierra adentro, a la ancha Castilla, de campos amarillos recién segados, del sol impenitente de verano. Volveré a la ciudad, cambiando la arena por asfalto, pero me llevo conmigo estos momentos en soledad, en la mañana recién nacida, en la que mis pensamientos se convierten en gaviotas, en bruma, para ascender y tocar el cielo luminoso del Mediterráneo...
Sed felices.
(c) Foto de la autora
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