domingo, 19 de abril de 2020

¿Cuánto falta?...

Los que tenemos hijos sabemos que esta pregunta significa la impaciencia que muestran los niños y niñas en los viajes, sobre todo en las vacaciones.
También recuerdo haberlo vivido como hija, sufriendo la pregunta recurrente de mis hermanos, sobre todo de los dos pequeños.  Y escucho el eco de la voz de mi padre diciendo:

- Llegaremos cuando lleguemos.

No cabe duda de que esa pregunta nos rebota una vez y otra en la cabeza a toda la ciudadanía, no se puede remediar. Pero es algo que no está en nuestra mano, ni tan siquiera, creo, que se tiene la certeza entre los que les cabe la responsabilidad de contestarla.

Leo en las redes sociales pronósticos, comparaciones con lo que han hecho otros países, especulaciones sobre cómo será la desescalada. No creo que sea positivo, porque anticipar, para bien o para mal, si luego no responde a nuestras expectativas, lo que nos va a traer es frustración. A día de hoy, conocemos lo que conocemos, y esas son nuestras cartas y hay que jugar con ellas.

El ser humano tiene una capacidad de adaptación, en general, asombrosa. Eso es lo que ha hecho que hayamos evolucionado de la manera en que lo hemos hecho. Hay excepciones, por supuesto, pero no creo que sean la mayoría. Quizá en esta última etapa de la Historia es cuando menos posibilidades hemos tenido de demostrar esa capacidad, porque hemos cifrado nuestra felicidad en elementos materiales en vez de fortalecer nuestro interior.

Vivimos, no cabe duda, un gran drama social, pero antes, durante y después se han vivido, se viven y se vivirán dramas individuales a los que se ha tenido, se tiene y se tendrá que hacer frente. Pero son dramas de puertas para dentro que, en muchos casos, nos pasan desapercibidos. Tal vez, aquellos a los que la vida ha curtido, ahora estamos un poquito mejor preparados para no rendirnos


Es cuando sucede una catástrofe como esta cuando nos damos cuenta de la propia vulnerabilidad, y nos asusta. ¿Cómo no se podía haber evitado? Pues porque la mayor mentira es que se puede tener bajo control nuestra propia existencia. Tal vez, solo tal vez, podamos ir paliando consecuencias a posteriori, pero siempre nos quedará un margen para el error.

No sé cuánto falta para que empecemos a atisbar el final de esta pandemia. Ciertamente que me lo pregunto, cómo no, mis queridos lectores, pero poco. Quizá es porque veo que mis hijos y mis nietos, mis hermanos, mis sobrinos, están bien. No tengo que preocuparme de mis padres, porque ya no los tengo: murieron como han muerto muchos antes, sin ruido, pero no por ello dejaron menos dolor ni menos ausencia en los que aún les queremos. Mientras procuro llenar mis horas con actividades que me ayuden, con relaciones aunque sean virtuales, con escribiros estas palabras que no se si os sirven de algo pero, sin duda, a mí sí.

En fin, dejadme que termine diciendo eso: "llegaremos cuando lleguemos". Y siempre se llega, siempre.

Sed felices, si queréis.


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