Cuando se abran las puertas y las ventanas no sean nuestro lugar de encuentro, la primavera ya será la dueña de parques y jadines. El campo, seguramente, me mostrará las flores silvestres en todo su esplendor. Quizá, ese día, el sol luzca con fuerza para dar la bienvenida, sonrisa que la naturaleza nos brindará a los ermitaños de la pandemia.
Cuando se abran las puertas y ya nuestras casas no sean ese mundo estrecho pero aceptado, sabiendo que nuestro sacrificio no era tal, sino solo un parentésis de vida en la nuestra, pero una esperanza en la de otros, cuando se abran las puertas, digo, solo quiero apretar las manos de los míos, aunque estén cubiertas con guantes, no me importa, porque el cariño traspasa las fronteras. Y si no puedo abrazar a mis niños, no me importa, pero veré sus sonrisas más allá de la pantalla de las mascarillas.
Ya nada será igual cuando se abran las puertas. Seremos un país dividido en dos. La unidad, cosida con hilvanes, no durará cuando todo se acabe. Entonces es cuando tendremos que ser fuertes y defender lo nuestro, nuestros valores, la democracia, la justicia y el honor de aquellos que han estado desde el primer día frente a esta catástrofe cruel e inesperada.
Con mi alma tocada, con el cansancio propio de quien se ve, a veces, como el corredor de fondo cuando ya atisbe la meta, con la tristeza de saber que no hay manera de acabar con esas dos Españas endémicas. Aún con todo ello, cuando se abran las puertas, miraré el horizonte y encaminaré hacia él mis pasos para seguir luchando por lo que siempre me ha mantenido en pie: mis valores y mi familia.
Hasta entonces, seguirán las ventanas siendo nuestro lugar de cita a las ocho de la tarde, nuestras casas el mundo cotidiano que nos espera al abrir los ojos, y las sonrisas seguirán brillando al otro lado de las pantallas....Hasta entonces.
Cuidaos mucho.
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