domingo, 7 de agosto de 2016

El libro de un sueño de verano

Transcurrida ya la primera semana de vacaciones con paseos a la orilla del mar, largas siestas, algo de literatura y lectura. Porque esta época es propicia para leer aquellos libros que he ido dejando apartados durante el año, más ocupada en los míos propios que en los ajenos. Llegadas estas fechas es un placer abrir las páginas de esos libros que pacientes me esperaban y comenzar a leer.

He de decir que soy una lectora muy ecléctica. No suelo ser remilgada a la hora de seleccionar los libros. Me gustan todos los que estén bien escritos, independientemente del género, si bien es cierto que, al igual que me ocurre como escritora, tiendo más a las histprias de misterio.

Muchos de mis mejores recuerdos están relacionados con el verano y los libros. De pequeña no me gustaba, como a casi ningún niño ,echarme la siesta, momento del día sagrado en toda familia española que se precie. Era la ocasión en que, con la habitación casi en penumbra para evitar el calor, me dedicaba a devorar, literalmente, los libros, muchos de ellos regalos de mi cumpleaños, mientras en la habitación contigua mis hermanos pequeños botaban como pelotas en las camas hasta que mi abuela les regañaba y podíamos disfrutar de un momento de paz.

Recuerdo especialmente mi quince cumpleaños. Mi padre fue a una librería y depositando una cantidad de dinero nada despreciable le dijo al librero, el cual se quedó muy asombrado, que le diera todos los libros que cupieran en ese importe. Y especificó: "son para una adolescente que se lee todo".

Cuando abrí el paquete, envuelto en papel de estraza y atado con una cuerda de pita, aparecieron el Ulises de Joyce, La divina comedia de Dante, Los papeles del Club Pickwick de Dickens, La tormenta de Shakespeare, El lazarillo de Tormes, La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, Nada de Carmen Laforet... Los leí todos en ese verano de adolescencia, mientras escuchaba una y otra vez "Let it be" de los Beatles.

Aún los conservo junto con la tarjeta de la dedicatoria de mi padre. Él ya no está, pero de alguna manera, cada vez que ojeo esos libros de aquel verano , cuyas páginas amarillean ya en los bordes, recuerdo las siestas de antaño, las risas de mis hermanos, y las historias que me hacían soñar con ser un día escritora.
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Sed felices...

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