domingo, 14 de agosto de 2016

Amor de verano

Siempre el verano es una estación propicia para el amor. Aunque sean esos efímeros e intensos que duran lo que duran las vacaciones. Esos que enmarcan la adolescencia  y que se vuelven inolvidables.

Ella todavía recuerda aquel verano del 76 y aquel sentimiento nacido entre la blancura de la arena y el azul del mar. Y todavía le recuerda a él. Se le viene a la memoria la tarde en que la esperó a la puerta del cine al que había ido con sus hermanos. Apoyado en un coche blanco, con la piel morena, con los ojos de un verde tan brillante que casi deslumbraba: "un celta puro", decía su madre. Vuelve a ver su sonrisa,  rememora el tacto de sus manos y le llega de nuevo el eco de sus palabras que se enredaban en un acento suave y cadencioso, como la brisa de la ría.

Evoca la romería a la que le invitó, previo petición de permiso al padre, los bailes en medio del bosque gallego, lleno de misterio y con la música de las gaitas resonando, como en una novela de Fernández Florez.
Y no olvida ese primer beso en la penumbra de la discoteca que tenía el nombre de una canción de Roberto Carlos: El gato azul.

Los amores de verano, los primeros amores no se olvidan. No suelen ser los definitivos, ni tan siquiera suelen dejar mella en el corazón, pero sí en la memoria, que recuerda esas sensaciones de otras épocas.

"A veces, piensa ella, qué poco conscientes somos de quienes han pasado por nuestra vida y han ido construyendo lo que ahora somos, lo que  ahora pensamos, lo que ahora sentimos. Personas que son como esos amores de verano, breves, pero cuya vivencia es de una gran intensidad y los hace imborrables incluso cuando ya no hay forma de volver a encontrarlos".

Adolfo, se llamaba Adolfo. Era alto, rubio, con ojos verdes, y sus besos sabían a chicle de menta...

Sed felices.


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